COVID-19: La desigualdad como tercer factor de riesgo

COVID-19: La desigualdad como tercer factor de riesgo

Por Pablo Amsler //

El riesgo siempre estuvo presente en nuestras vidas. Hasta hace poco, las tapas de los diarios eran sobre el riesgo económico, el inflacionario, el riesgo país, la deuda externa y el desempleo. Sin embargo, solamente se necesitaron un par de días para que ese riesgo quede opacado por uno nuevo, de escala global e individual, transversal a todas nuestras dimensiones de vida y a todas nuestras conversaciones. 

Pensar el riesgo en las sociedades latinoamericanas implica repensar los términos propuestos por Beck. Para él, el advenimiento de la sociedad del riesgo implica una estructuración de lo social más allá de los estamentos y las clases, que cruza todas las fronteras sociales (Galindo, 2015). No obstante, en nuestras sociedades, las más desiguales del mundo, hay quienes pueden comprar mayor seguridad. No todos pueden comprar barbijos o alcohol en gel. No todos pueden dejar de trabajar para hacer cuarentena ni home office. 

En este artículo nos proponemos reflexionar brevemente sobre la interrelación entre desigualdad y coronavirus, porque en un un contexto en el cual perdemos todos, hay quienes pierden más que otros. 

Aislamiento social, cuarentena y home office ¿Para quiénes?

En términos generales, y apriorísticamente, podríamos decir que quienes se encuentran más predispuestos al contagio y difusión del virus están dentro de la Población Económicamente Activa (PEA). Este grupo poblacional, que representa el 47,7% en nuestro país y el 41,3% en nuestra ciudad (EPH-INDEC, 2019) tiene que salir a trabajar o a buscar trabajo. Para ello el gobierno nacional dispuso el aislamiento social preventivo. No obstante ¿Cómo hacerlo efectivo? 

Si tuviésemos que hacer una pirámide de la estructura socio-ocupacional considerando las ventajas y desventajas sociales asociadas a cada estrato, quienes menos medidas de protección pueden tomar frente al riesgo de contagio son aquellos que se encuentran por fuera del sistema de seguridad social. Hablamos de trabajadores manuales no calificados, asalariados y cuentapropistas sin oficio, changarines, trabajadoras del servicio doméstico, trabajadores inestables, vendedores ambulantes y otras ocupaciones englobadas en la economía de los sectores populares que en Santa Fe representan el 21,9% de los hogares con jefe ocupado (Según datos del panel de hogares ONDA del Observatorio Social de la UNL del 2015).

Estar por fuera del sistema de seguridad social implica no tener acceso al conjunto de protecciones sociales que vincula a los trabajadores con un sistema de garantías tales como la cobertura médica, garantías laborales como las fijadas por la Ley de Contrato de Trabajo (duración de la jornada de trabajo, indemnización por despido, vacaciones, etc.), el derecho de afiliación al sindicato y contar con convenio colectivo que regule los aumentos salariales y las condiciones de trabajo, entre otros aspectos (Dalle y Stiberman, 2017). En Santa Fe 3 de cada 10 trabajadores se encuentran por fuera del sistema de seguridad social. No obstante, la influencia de estas condiciones de precariedad laboral ascienden si nos enfocamos en los sectores populares (48,9%) y más aún si contemplamos sólo a su estrato inferior de trabajadores no calificados (77,5%). 

Para estos grupos sociales #QuedateEnCasa pasa a ser más una expresión de deseo que una posibilidad real. Ni que hablar de realizar las tareas de trabajo en el hogar, comúnmente conocido como home office. Esta modalidad de trabajo refiere a tareas propias de un nuevo régimen de acumulación con mayor peso en el sector terciario y las tareas vinculadas a los servicios. Para los trabajadores englobados en las clases populares, desalarizados y desprotegidos, a su vez, por este mismo nuevo régimen de acumulación de capital ¿Qué clase de tareas manuales se pueden realizar desde la computadora o de manera remota?

En estos casos, las desigualdades sociales y las vulnerabilidades preexistentes se encuentran interrelacionadas con la posible propagación del virus, porque cada familia ubicada en estratos de bajos recursos está dispuesta a aceptar un riesgo aún mayor de exposición a la infección en el marco de empleos por ingresos de supervivencia.  

La desigualdad como tercer factor de riesgo

Aquella que parecía ser una enfermedad de tinchos porque la importaron quienes venían de viaje de Italia y España, encuentra en las desigualdades locales preexistentes un factor potencialmente multiplicador en su propagación y mortalidad. Como evidencian distintas investigaciones sobre influenza, durante una epidemia la pobreza y la desigualdad puede exacerbar las tasas de transmisión y mortalidad. Además, aquellos hogares ubicados en los estratos de más bajos ingresos son los más propensos a contraer la enfermedad y, también, a morir a causa del virus (Fisher y Bubola, 2020).  

De esta manera, a los dos factores de riesgo de mortalidad ya conocidos del coronavirus (la edad y las condiciones pre-existentes de salud), se agrega un nuevo factor: el estatus socioeconómico bajo. Esto se debe a que los hogares ubicados en estas posiciones sociales tienen mayor probabilidad a condiciones crónicas de salud como diabetes y enfermedades del corazón. 

En nuestro país, la relación entre salud-enfermedad y condiciones de vida de la población se observa en la marcada heterogeneidad en las condiciones sanitarias tanto según estrato social como según región del país. Esto lleva a que la expectativa de vida de los estratos de ingresos superiores sea entre un 20 y un 25% mayor respecto que los más bajos, así como una tasa de mortalidad en los varones jóvenes con bajo nivel educativo 7,6 veces inferior a los de sus pares con alto nivel educativo (Binstock y Cerruti, 2016). 

Esta interrelación entre condiciones de salud y desigualdad tiene como consecuencia que las personas ubicadas en lo más bajo de la estructura social tengan 10% mayor probabilidad de tener condiciones de salud crónicas, haciendo al coronavirus 10 veces más mortal para quienes se encuentran en esas condiciones, y dos veces más mortal para quienes se encuentran en los estratos inferiores. Al mismo tiempo, la edad de riesgo de mortalidad establecida por las organizaciones de salud en torno a los 70 años, disminuye el límite a 55 años para las personas ubicadas en los estratos socioeconómicos más bajos (Fisher y Bubola, 2020). La tendencia de las comunidades a segregarse según estatus socioeconómico tiene como consecuencia un efecto multiplicador del riesgo. 

Gráfico 1. Proporción de hogares por fracción censal según estrato socioeconómico del jefe/a de hogar. Ciudad de Santa Fe, 2015. 

CA = Clase Alta; CM=Clases Medias; TMC=Trabajadores Manuales Calificados; TMNC=Trabajadores Manuales no Calificados

Fuente: elaboración propia en base al panel de hogares ONDA del Observatorio Social UNL

Como se puede ver en el gráfico 1, la división social del espacio urbano santafesino evidencia una alta concentración residencial de población con similares condiciones socioeconómicas, en perjuicio de los estratos inferiores, concentrados en zonas con deficiencias en el acceso a servicios públicos (Amsler, 2019; Balquinta y Amsler, 2019). De esta manera, los estratos inferiores no sólo se ven afectados por la precarización de sus empleos que los exponen más a la pandemia, sino también a peores accesos a servicios públicos, multiplicando el riesgo de infección y de probabilidad de contagio, para quienes, a su vez, el límite de riesgo disminuye a 55 años y el riesgo de mortalidad es dos veces el promedio poblacional. 

De esta manera, el coronavirus no es la enfermedad de los chetos en contraste con el dengue. La pandemia del COVID-19 se alimenta de la desigualdad a la vez que la profundiza. 

Coronavirus, recesión económica y conflicto distributivo

El riesgo no corre únicamente para los trabajadores de las clases populares y sus familias. Para los trabajadores registrados -que representan aproximadamente el 70% de los ocupados- encontrarse dentro del sistema de seguridad social no implica necesariamente un blindaje frente a las desprotecciones sociales y a la posibilidad de ausentarse del trabajo por cuestiones de salud. 

Por un lado, para los monotributistas el riesgo de dejar de trabajar por cuestiones de salud se traduce en incertidumbre en torno a sus ingresos. Por otro lado, la estructura del empleo registrado santafesino muestra que la actividad comercial, la industria manufacturera, la enseñanza y la construcción representan casi 6 de cada 10 puestos de trabajo  (Según datos del MTySS en base a SIPA de Junio de 2019). Y nos detenemos particularmente en la actividad comercial (23%), la gastronomía (3,6%) y, en general, en los pequeños y medianos propietarios que emplean al 58,4% de los empleados registrados de la ciudad de Santa Fe. 

La pregunta que nos inquieta aquí es cómo hacer real y sostenible el hecho de quedarse en casa para evitar una propagación del virus tal como en España e Italia ¿Cómo deberían hacer los trabajadores para quedarse en sus hogares si a la vez tienen que proveerse de los ingresos suficientes para pagar el alquiler, los servicios y los alimentos? ¿Cómo hacen los propietarios de pequeños y medianos establecimientos comerciales, gastronómicos e industriales para cerrar sus puertas y, a la vez, seguir pagando alquileres, servicios y salarios a sus empleados? Más allá de la buena o mala predisposición del empleador ¿Cuál es el plan para no salir de casa pero, a la vez, hacer sostenible la vida en cuarentena?

Estas preguntas refieren, indirectamente, a la nueva forma que adquiere el conflicto distributivo en estas situaciones excepcionales. En menos de un par de semanas las amenazas del campo por el aumento a las retenciones a las exportaciones dejaron de tener eco. Ahora quizás aparezca mucho más inminente la necesidad de un pacto social. La necesidad de acordar entre los distintos actores sociales y económicos una salida a la parálisis económica que plantea el coronavirus a nivel global. 

Como sostuvo Eduardo Crespo en una entrevista realizada para Sputnik, el colapso financiero, el cierre de fronteras y la paralización general del planeta, plantea una fuerte caída para las exportaciones argentinas con efecto multiplicador para el resto de la economía argentina, seguida de las caídas bursátiles y devaluación con salida de capitales y aumento del desempleo. El escenario más oscuro se plantea en torno a un círculo vicioso pandemia – depresión económica, es decir, declinación de la actividad económica, aumento del desempleo y de las tasas de enfermedad, deprimiendo la productividad y aumentando los costos en salud, llevando a más pobreza y, por lo tanto, a mayores enfermedades. 

No obstante, esta situación de excepcionalidad permite cerrar la grieta en torno a determinados acuerdos básicos. Hasta el más liberal hoy pide un Estado más presente, y hasta la nueva versión keynesiana del FMI pide medidas contracíclicas. Como sostiene Crespo, la caída de las exportaciones y la parálisis de la economía mundial exige, en mediano plazo, la reorientación del tipo de desarrollo casi indiscutible hacia adentro, planteando otro esquema distributivo, un nuevo rol del Estado, con un desarrollo económico con el mercado interno como factor dinamizador de la actividad económica.

La pandemia va a pasar, queda en nosotras y nosotros pensar un modo de desarrollo que no implique una distribución tan desigual del riesgo y la seguridad, ya no sólo en términos de enfermedades, sino también en términos de acceso a la seguridad social y económica.

 

* Pablo Amsler es Licenciado en Sociología por la Universidad Nacional del Litoral.


Bibliografía 

  • Amsler, P. (2019). La estructura social de Santa Fe. Un estudio de sus transformaciones en el periodo de la posconvertibilidad (2006-2015). Tesina para optar por el titulo de Licenciatura en Sociologia, FHUC – UNL. Inedita.
  • Balquinta, S. y Amsler, P. (2019). Una aproximación a la dimensión territorial de la estructura social. Un análisis de la ciudad de Santa Fe. XIII Jornadas de Sociología. Facultad de Ciencias Sociales, Universidad de Buenos Aires, Buenos Aires. En http://cdsa.aacademica.org/000-023/149
  • Binstock, G. y Cerruti, M. (2016). “La población y la estructura social”. En Kessler, G. (comp) La sociedad argentina hoy, radiografía de una nueva estructura. Buenos Aires, Argentina: Siglo XXI.
  • Dalle, P. y Stiberman, L. (2017). Clases populares en Argentina: cambios recientes en su composición ocupacional (1998-2015). ENCRUCIJADAS. Revista Crítica de Ciencias Sociales || Vol.14, 2017, a1405.
  • Fisher, M. y Bubola, E. As Coronavirus Deepens Inequality, Inequality Worsens Its Spread. Nota para The Interpreter – New York Times. 15 de Marzo de 2020. 
  • Galindo, J. (2015). El concepto de Riesgo en las Teorías de Ulrich Beck y Niklas Luhamnn. Acta Sociológica. Volume 67, May–August 2015, Pages 141-164. https://doi.org/10.1016/j.acso.2015.03.005
  • Entrevista de Telma Luzanni a Eduardo Crespo en Sputnik. En https://mundo.sputniknews.com/radio_voces_del_mundo/202003181090824013-covid-19-el-impacto-en-america-latina-puede-ser-tan-catastrofico-como-en-la-crisis-del-30/

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