Por Marina Martínez y Sofia Marzioni //
Las percepciones que nos hacemos al «ver por primera vez» son apresuradas, inexactas, plagadas de prejuicios y, a su vez, de inconmesurable deslumbramiento. Al llegar a Barcelona, nos encontramos con una ciudad colmada de banderas catalanas en los balcones. Contrario a lo que podría imaginarse, al caminar por primera vez la ciudad, no se ven cacerolazos ni tumultos de personas, pero abundan las banderas con estrellas entre sus líneas rojo-amarrillas. También aquellas que expresan un tajante «sí» y otras que reclaman por la «libertad a presos políticos». En algunos edificios (¿los menos?) se pueden ver también banderas españolas. Sorprende hallarlas pegadas, una catalana y otra española. Se palpita el clima de conflicto en las paredes, entre las imágenes de los «Jordis» y los reclamos por: “democràcia”, “llibertat, dignitat, república”, “som una nació, nosaltres decidim”. Y esta disputa flameante a los ojos «extranjeturista» es sólo la expresión de una diminuta arista de la cuestión independentista.
Para empezar a aproximarnos al momento histórico que se vive en Catalunya, en primer lugar, debemos despojarnos de los imaginarios de una organización política de tres niveles en la que estamos “deformados”. Lo nacional, provincial y municipal se desdibuja en otras jurisdicciones. Empezando por el ente supranacional de la Unión Europea, vamos bajando al Estado nación y, luego, a las comunidades y ciudades autónomas, las provincias, las diputaciones, los municipios, las comarcas… Entonces, una vez posicionados, ubicados en la comunidad autónoma de Catalunya, nos encontramos con cuatro provincias diversas: Barcelona (la capital de la comunidad), Gerona, Lérida y Tarragona ¿qué es el territorio sino relaciones sociales de poder? No hay nada natural en las delimitaciones políticas de ninguna de las jurisdicciones.
El Presidente de la Generalitat -principal institución política de la comunidad- es (o era) Carles Puigdemont, cuyo nombre ha adquirido reconocimiento internacional tras la declaración de la independencia. Tal autoridad, representante del Partido Demócrata Europeo Catalán (PDeCAT), se ha exiliado junto a otros funcionarios en Bruselas luego de la intervención del Estado nacional en Catalunya. Si consideramos las expresiones políticas a la que adhiere Puigdemont y, de otra parte, Rajoy, encontramos una segunda peculiaridad: tanto el PDeCat como el Partido Popular (PP) se ubican en el espectro de la centro-derecha. En ese sentido, si existiera intención de optar por una de las tribunas del conflicto (cuestión compleja en sí misma), la pauta partidaria-ideológica no sería el criterio pertinente. No obstante, más allá de las expresiones partidarias mencionadas, las ansias de independencia de Catalunya o su rechazo, son una disputa que tiene una dimensión mucho más amplia, abarcando distintos actores que confluyen en un conflicto de larga data.
Los acontecimientos recientemente sucedidos en Cataluña, con epicentro en la ciudad de Barcelona, poseen raíces profundas. No cabe aquí un desarrollo del movimiento político y cultural independentista, pero no puede dejarse de señalar su rica historia. Existe cierta coincidencia en situar el surgimiento de la identidad catalana en la alta edad media, cuando los territorios del sur de los pirineos logran la independencia del dominio árabe musulmán. No obstante, habrá que esperar hasta el siglo XIX para la conformación de una identidad nacional más cercana al sentido moderno. Desde entonces y hasta la actualidad, diversos momentos han sido claves en su consolidación. Entre los más significativos, suelen mencionarse: el triunfo electoral de la liga regionalista (1901), las declaraciones de la República Catalana dentro de la República Federal Española (1930 y 1934), la guerra civil española (1931 y 1939), la resistencia a la dictadura franquista (1939-1975) y el posterior retorno a la democracia (1977).
Los últimos treinta años se señalan como especialmente importantes para comprender la coyuntura actual. Hay quienes caracterizan el período como de “radicalización del conflicto entre Cataluña y España”, de “estallidos de opciones separatistas y sedicionistas”, y quienes hablan de “afianzamiento de una nacionalidad histórica” y de “empoderamiento de la ciudadanía”. Al igual que ocurre en otros países de Europa, la cuestión del independentismo genera enardecidos debates entre quienes lo defienden y quienes se oponen a él, que encuentran razones en causas de diverso orden: históricas, culturales y económicas (sin dejar de existir también aquellos -¿distraídos?- que continúan su vida cotidiana en la mayor tranquilidad, sin tomar parte en la disputa).
La Independencia catalana
El viernes 27 de octubre de 2017 significó un nuevo hito en esta historia: el Parlament declaró la independencia de Catalunya. Eran aproximadamente las tres y media de la tarde cuando finalizó el recuento de votos, dando por resultado 70 a favor, 10 en contra, 2 en blanco y 53 ausentes. La multitud que se había reunido en las afueras del edificio con intención de proteger el proceso de cualquier posible interrupción seguía expectante la votación y acompañaba con gritos de alegría a cada “sí” y con abucheos a cada “no”. Ante el anuncio final, el júbilo colmó la atmósfera. Por doquier, risas, abrazos y lágrimas de alegría.
Más tarde, tuvo lugar la “primera fiesta de la república catalana”. En la plaza San Jaume, en la que se encuentran el Ayuntamiento de Barcelona y la Generalitat de Catalunya, se reunieron unas 17 mil personas. Durante varias horas, jóvenes y viejos, familias enteras, cantaron y bailaron en nombre de la independencia. No faltaron las pancartas y las banderas con la estela y los bastones rojos y amarillos, las entonaciones de Els Segadors y L’Estaca, ni las exclamaciones “visca Catalunya lliure” y “fora, fora, fora a bandera española”.
En conversaciones espontáneas y habitando brevemente las calles, se reafirma una y otra vez una identidad de nación catalana. El día que se convocó la mencionada fiesta, en dirección a la Plaza San Jaume, venían caminando una chica y un chico de unos treinta y largos, con banderas atadas del cuello. En un intercambio simpático de palabras, el chico afirma, “yo soy catalán no sé lo que es ser español, nunca lo sentí, nunca lo fui”.
¿Cuáles son los motivos para movilizarse a favor de la independencia? Las respuestas, siempre expresadas en forma diferente, aluden en general a alguna de las siguientes grandes razones: “El Estado español no manifiesta tener voluntad de ser realmente plurinacional y plurilinguístico”; “No nos sentimos parte de España. Nos hemos expresado democráticamente y no somos escuchados”; “Tenemos dos presos políticos. Personas que se encuentran en prisión solamente por expresar sus ideas políticas”.
En esos relatos, se repiten además una y otra vez dos ideas. Por una parte, que el reclamo por la independencia nace de la “ciudadanía”: la reivindicación surgió del pueblo y, posteriormente, fue tomada por los partidos políticos (y ello parece darle una validez especial, el referéndum no tiene valor real pero sí simbólico, emotivo, personal). Por otra parte, que ante cualquier otra característica ese reclamo es “pacífico”: “es un pueblo sin armas, sin piedras, sin palos”. La imagen que los independentistas describen es la del “pueblo catalán pidiendo pacíficamente por lo que le es propio”.
El 155
En la diversidad de expresiones y aristas al conflicto, subyace un rechazo unánime a la violencia intervencionista del Estado español mediante el artículo N° 155. Éste último, constituye para muchos un artilugio constitucional para controlar las comunidades autónomas, que expresa:
“1.Si una Comunidad Autónoma no cumpliere las obligaciones que la Constitución u otras leyes le impongan, o actuare de forma que atente gravemente al interés general de España, el Gobierno, previo requerimiento al Presidente de la Comunidad Autónoma y, en el caso de no ser atendido, con la aprobación por mayoría absoluta del Senado, podrá adoptar las medidas necesarias para obligar a aquélla al cumplimiento forzoso de dichas obligaciones o para la protección del mencionado interés general. 2. Para la ejecución de las medidas previstas en el apartado anterior, el Gobierno podrá dar instrucciones a todas las autoridades de las Comunidades Autónomas”.
Es así, que el Estado español acusa a Catalunya de rebelión al declararse independiente. Por medio de dicho artículo, posee potestad para determinar la suspensión de la autonomía de la comunidad, la disolución del Parlament, la inhabilitación de los cargos políticos de la Generalitat y la convocatoria a nuevas elecciones.
La contracara al proceso independentista catalán no sólo estuvo dada por “la intervención”, sino que hubo una contraofensiva coercitiva ante el proceso de votación del Referéndum realizado el primero de octubre, viralizada en las redes y medios a partir de la represión ejercida por la Guardia Civil a los ciudadanos y ciudadanas de a pie. Sin embargo, antes que disuadir las ansias separatistas, generó consensos, incluso entre quienes no se encontraban del lado fervientemente independentista. El rechazo a la violencia y el reclamo por los presos políticos (sobre todo respecto de los “Jordis”), generó lazos en el pueblo catalán. Los habitantes de Barcelona se proclaman afligidos y tristes por la violencia ejercida y por cómo se está viviendo en este momento histórico.
Caminos abiertos
El conflicto catalán se encuentra en un nudo gordiano con pocas perspectivas de una resolución en el corto plazo. Por el momento, y en proyección de aquí a un mes, se piensa en las elecciones impuestas por el proceso de intervención español. Existe un aval tácito de las distintas fuerzas políticas a las nuevas elecciones en la comunidad autónoma de Catalunya. Midiendo el clamor de los sucesos en los titulares de los diarios, observamos que, en las últimas semanas, se recuperan los acuerdos, negociaciones y cierres de listas para participar en la contienda electoral (incluso Puigdemont desde el exilio).
Los balcones independentistas son la metáfora de una primera impresión y aproximación a un conflicto de larga data que supone una investigación más profunda para su desarrollo. Son percepciones incipientes de dos politólogas aterrizando en territorio ¿catalán?
* Marina Martínez (martinezmarina89@hotmail.com) es docente FHUC y becaria doctoral de la Universidad Nacional del Litoral. Sofia Marzioni (sofimarzioni@hotmail.com) es docente en la FCJS y becaria doctoral de CONICET.