El día 23 de agosto del año 2023 en la Facultad de Humanidades y Ciencias de la Universidad Nacional del Litoral se realizó un conversatorio sobre derechas organizado por el proyecto de investigación “La reconfiguración del campo político y los actores de la política argentina. Divergencias y similitudes entre la escala nacional y la provincia de Santa Fe (2007-2017)”, dirigido por el docente investigador Dr. Sergio Morresi. La iniciativa fue acompañada por los departamentos de Ciencia Política, Sociología e Historia de la Facultad de Humanidades y Ciencias.
Desde el Comité Editorial de Politikón, con autorización y apoyo de sus organizadores, se presentan una serie de publicaciones donde se recupera la exposición de Sergio Morresi. Las mismas socializan el intercambio de reflexiones sobre la coyuntura y el escenario pos elecciones primarias presidenciales y legislativas, respecto a los ejes: derechas, polarización y ausentismo.
Sergio Morresi (IHUCSO-UNL) es Profesor de la Universidad Nacional del Litoral. Licenciado en Ciencia Política por la UBA. Doctor en Ciencia Política por la Universidad de Sao Paulo. Actualmente Profesor Asociado en UNL e Investigador de CONICET. Su actividad se concentra en el estudio del liberalismo, neoliberalismo y las derechas políticas.
El fenómeno que encarna Javier Milei pasó desapercibido para muchos, pero algunos le venían prestando atención, incluso un poco contra la corriente, ¿por qué?
S.M. – Diría que en general si uno estudia un campo político como es la derecha a veces sucede que eso que uno estudia cobra relevancia. El asunto sería por qué dedicarse a estudiar la derecha en Argentina. Eso ahora puede parecer obvio, pero no lo era cuando empecé a indagar sobre esta cuestión hace casi veinte años.
Cuando volví de mi doctorado en Brasil me puse a estudiar sobre las ideas neoliberales, cómo habían llegado a la Argentina y vi que eran muy previas a lo que lo que solía decir. No habían entrado con los militares en 1976 sino que estaban circulando desde los años ‘40, y eso fue interesante. Mientras estaba haciendo eso, el PRO empezó a ganar en la Ciudad de Buenos Aires y, junto con Gabriel Vommaro empezamos a estudiarlo. Era un partido nuevo y lo que vimos en ese momento fue que tarde o temprano, por más dificultades que tuvieran para expandirse, iban a ocupar un lugar político que no ocupaba nadie.
Y no me refiero solo a que PRO pudiera recoger el apoyo de lo que Juan Carlos Torre llamó de los “huérfanos de la política”, del votante “no peronista”, sino también a quienes adherían lo que al comienzo del ciclo kirchnerista se llamaba “noventismo”. Así, si uno mira las elecciones de 2003 ve que había gente que reivindicaba la experiencia de la década de 1990. Las candidaturas de Carlos Menem y Ricardo López Murphy, quienes fueron explícitos sobre esta cuestión, obtuvieron el 40% de los votos. O sea, había huérfanos, peronistas y no peronistas de lo que podríamos llamar derecha y centro-derecha. No se trataba apenas de los votantes de “terceros partidos” de derecha, como la UCEDE o el MODIN, sino un espacio más amplio, que antes pudo estar contenido dentro del peronismo y el radicalismo, pero que en 2001 dejó de estarlo. El radicalismo había fracasado con la Alianza y ya no podía vehiculizar esa demanda. El peronismo, por su parte, comenzó a inclinarse hacia la izquierda con el liderazgo de Néstor Kirchner. Entonces, pensábamos, había gente que escoraba hacia la derecha que podía ser seducida por una nueva oferta partidaria.
Poco tiempo después del triunfo de Cambiemos, no solo del PRO (que no ganó solo o no podría haber accedido a la presidencia tan rápido en solitario), vine a trabajar a Santa Fe capital y vi que “pasaban cosas” de las que yo, desde Buenos Aires, no era del todo consciente. Por ejemplo: había presentaciones de libros de derecha que se llenaban de gente, en las que se criticaba “por derecha” al gobierno de Macri. No se trataba solo de críticas económicas, sino también culturales. Eso hizo que me interesase por lo que estaba “a la derecha de Cambiemos”.
Pero, además, la forma de mirar eso que estaba “a la derecha de Cambiemos” fue distinta lo que había hecho con PRO. En primer lugar porque no había ningún partido que observar. Pero, más importante, porque gracias a los colegas de la UNL me puse a estudiar con un poco más de detenimiento la política santafesina vi que, lógicamente, había una dinámica distinta a la de Buenos Aires. Pero más allá de las particularidades, que son muchas, me interesó notar que había ideas o demandas que no necesariamente se canalizaban electoralmente, pero estaban presentes. Un poco por eso pensamos, junto con Gabriel Obradovich y Pamela Sosa, con quienes veníamos estudiando sobre la polarización política y afectiva, que había algo que merecía ser analizado con unas lentes distintas; que valdría mucho la pena enfocarse en la dinámica política en ciudades medianas y pequeñas. No había que dejarse encandilar por lo que parecía central en las grandes megalópolis argentinas, del eje Buenos Aires, Córdoba, Rosario, Mendoza; era necesario mirar otros lugares y estar atentos lo que se discutía allí.
Además, eso que podía discutirse en una ciudad mediana o pequeña ya no era necesariamente particularista. El avance de las redes sociales permitió una velocidad en la comunicación y el intercambio de flujos que antes demoraba mucho y ahora eran inmediatos. Entonces, uno podía ver en 2017 y 2018, durante el gobierno de Macri, que existían influencers, youtubers célebres que vivían en Gálvez o Marcos Juárez que tenían más seguidores que vecinos, un público gigantesco y un enorme volumen de conversación que pasaba desapercibido para cualquier persona que no estuviera mirando las redes sociales. Por supuesto que muchos influencers importantes residen en Córdoba Capital, en Buenos Aires, en Rosario… pero me interesaron sobre todo los otros. Algunos célebres, otros menos, pero reconocidos en lo que hoy llamamos un ecosistema de derecha. ¿Por qué había quienes en ciudades de veinte mil o cincuenta mil habitantes estaban tan enojados con “la ideología de género” o la “identidad marrón”?
Por otro lado, también me sorprendió que en las reuniones cara a cara, como en las presentaciones de libros derechistas en Santa Fe capital veía algo distinto a lo que prejuiciosamente había supuesto. En lugar de gente mayor, veía jóvenes, a veces chicos. En lugar de gente de clase media-alta, veía gente de clase media-baja. Otros prejuicios, en cambio, sí se confirmaban: los que asistían era mayoritariamente varones; la presencia femenina era ínfima. Pero lo que más me sorprendía, y eso es algo que también comencé a ver en la medida en que me puse a mirar algunas conversaciones en las redes sociales, era el entusiasmo de los participantes. Aquí en Santa Fe, hace algunos años se iba a presentar un libro derechista en la Universidad Católica; que fue boicoteada por muchos estudiantes y aunque la charla no se pudo hacer como estaba originalmente planeada, sí se realizó con una importante cantidad de público muy entusiasmado. En las redes sociales vi que esa misma dinámica (acto-boicot-acto aún más exitoso) no había pasado solamente acá sino que era algo que se repetía.
Esa mirada sobre eso que estaba pasando “a la derecha” un poco se vio confirmada en las elecciones del 2019. Ese año, la coalición Cambiemos, que en el año 2015 había tenido un discurso más bien centrista e inclusivo, fue virando cada vez más hacia la derecha. ¿Por qué? Por supuesto que eso que yo había visto no era, de ningún modo, la única explicación. En el medio hubo una serie de cambios a nivel global, y ahí la cuestión internacional también tiene mucha importancia. Se dio la victoria de Trump, y sobre todo de Bolsonaro. De hecho, cuando se produjo esta última, en los medios de Buenos Aires se decía mucho ¿Quién sería el Bolsonaro argentino? y distintos políticos se apresuraron a decir, “no, acá no gana un Bolsonaro porque ya estoy yo”, entre ellas Patricia Bullrich. Había una idea de “a mí derecha no hay nada”. Pero claramente eso mostraba que ellos veían que había algo a la derecha que tenía una relevancia creciente.
En 2019, de hecho, se presentaron dos candidaturas a la derecha de Cambiemos. Una fue la de Juan José Gómez Centurión, que encajaba bien en lo que los que estudiamos las derechas mirando la historia solemos llamar “nacionalismo reaccionario”. Católico integrista, hispanista, militarista, autoritario. Extrañamente, ese candidato se apartaba en un punto completamente del perfil nacionalista reaccionario, y es que se pronuncia por el libre mercado. En general el nacionalismo se posicionaba en un campo claramente anti-liberal, contra el libre comercio, contra algunas cuestiones del individualismo muy básicas. Entonces, era un nacionalista raro.
Al mismo tiempo, estaba la candidatura de José Luis Espert, que se presentaba como un liberal clásico. No liberal clásico en el sentido de Locke, Kant o Smith, sino más bien presentándose como ortodoxo económico, que decía reivindicar los ‘90, insatisfecho ante el gradualismo de Macri. Al mismo tiempo, uno diría que es un liberal, porque decía no tener problema con la legalización del aborto como diría cualquier liberal porque se trata de derechos individuales (“mi cuerpo es mi decisión”). Pero terminó diciendo que la ley que había sido discutida durante el gobierno de Macri era incorrecta, no porque el aborto estuviera mal, sino porque el Estado no debe bancar los costos de aquellas personas que deciden abortar.
En 2019 teníamos entonces liberales en contra del aborto y nacionalistas a favor del libre mercado. Se estaba dando una convergencia entre sectores nacionalistas reaccionarios y otros más bien liberales conservadores que estaban claramente bien a la derecha. Uno puede decir, eso ha sucedido otras veces. Por ejemplo, se dio en los golpes de Estado. Sí, es cierto, pero uno lo que veía es que inmediatamente luego de hacer un golpe estas dos familias de derecha volvían a pelear. Pero, además, desde 1983 estas convergencias entre sectores de derecha no fueron habituales; en buena medida, porque ambas derechas salieron muy golpeadas y profundamente enemistadas de la dictadura, acusándose una a otra de haber sido responsables del fracaso del autodenominado Proceso de Reorganización Nacional.
Estos sectores “a la derecha de Cambiemos” no fueron electoralmente muy relevantes, pero su mera presencia en esa campaña del 2019 hizo que muchas de las ideas de estos dos candidatos se amplificaran de forma vertiginosa. Sacaron el 3% de los votos sumados, pero estuvieron en el debate presidencial y ayudaron a moldear la agenda.
Este rol creciente de lo que estaba más a la derecha también se verificaba en otros espacios, inclusive en los sectores que apoyaban al gobierno de Cambiemos. En Buenos Aires, mientras observábamos las manifestaciones a favor de Macri, encontramos que había participantes de los actos macristas que, al mismo tiempo, estaban muy insatisfechos con el gobierno al que iban a apoyar. En entrevistas que por supuesto no tienen carácter representativo, veíamos que parte del público que asistía a esas demostraciones afirmaba que el gobierno de Macri había sido muy malo, que al final solo eran “kirchneristas de buenos modales” (una idea que repetía mucho Espert), un “socialismo amarillo” o “globoludos”. Pero cuandó preguntábamos a quién iban a votar nos respondían “a Macri, pero porque no me queda otra”. Entonces incluso en el voto a favor de Cambiemos había un sector que no se sentía cabalmente representado y que estaba “más a la derecha”.
Entonces, esto que vimos en Buenos Aires con mis colegas Martín Vicente y Ezequiel Saferstein, más lo que pasaba en algunas provincias como Santa Fe, fueron la pauta de que había algo muy interesante para indagar más a fondo. La idea que tenía era que la falta de fuerza electoral no implicaba necesariamente la ausencia de un sector políticamente más derechista que iba desarrollándose. Más allá de que ese sector no se expresara electoralmente con claridad, había una parte de la sociedad que tenía demandas derechistas, a la derecha de lo que había estado Cambiemos, que, quizás, en algún momento, si esas demandas no eran reencausadas por los actores tradicionales del sistema político, podían expresarse como algo distinto en el terreno electoral.
Con el triunfo del peronismo en 2019 las cosas empezaron a cambiar de modo acelerado. Ese cambio se dio sobre todo con la pandemia, donde todas estas lógicas, sobre todo lo de las redes sociales, hizo explosión, yo diría por dos razones. Primero, porque si bien Alberto Fernández ganó las elecciones con comodidad, mostró que la impugnación hacia el kirchnerismo seguía siendo muy alta. De hecho a las pocas semanas de asumir ya había marchas acá en Santa Fe contra sus políticas, y eso da cuenta de que acá hay una dinámica que evidentemente es necesario continuar estudiando.
Pero pasó otra cosa más: la pandemia. Al comienzo de la pandemia de COVID-19 y la actividad sociosanitaria asociada, todos los políticos se pusieron de acuerdo al respaldar un presidente que era nuevo y que parecía contar con un apoyo popular bastante alto. Gobernadores radicales, peronistas y sobre todo quien había quedado como heredero natural del liderazgo de la oposición, Horacio Rodríguez Larreta, apoyaron a Fernández. Pero si por un lado parecía iniciarse una etapa de concordia, con el jefe de Gobierno de la ciudad de Buenos Aires sentándose al lado del presidente y el gobernador de la provincia de Buenos Aires, en las redes sociales arreciaban las impugnaciones a las medidas sanitarias y las burlas hacia “el trío pandemia”. Al poco tiempo, se convocó en las redes una “marcha contra el comunismo”. Fue un fracaso. Y, sin embargo, tuvo mucha repercusión en las redes, donde había gente retuiteando: “7A, marcha contra el comunismo”. Ahora bien, quince días después hicieron otra marcha, y ahí ya no eran 70 personas, habrán sido 200. Ya no era “contra el comunismo” sino contra “el encierro al que los sometía el gobierno totalitario”. Y ahí ya apareció en los diarios, ya era una marcha relevante. Lo que se veía ahí era una mezcla de estos activistas de derecha que veníamos siguiendo con otras personas que aparecían porque eran comerciantes que no podían abrir el negocio y que sentían que se cortaban sus ingresos. Pero bueno, eran pocos y no se les dio demasiada importancia. Ya para junio se hace otra marcha y ahí ya eran miles; otra vez todo convocado por las redes. Ahí se instaló la idea de que se trataba de manifestantes anti-cuarentena “están locos, son terraplanistas”. Había algunos que sí, pero después lo que se veía en esas marchas era gente con barbijo que no es que plantaban contra las medidas sociosanitarias sino contra el gobierno. Me acuerdo sobre todo de un par de señores mayores que fui a entrevistar y me pidieron que les preguntara a la distancia porque tenían miedo de que las contagiara. Cuando les pregunté por qué estaban respondieron “por la libertad; porque este gobierno nos quiere encerrar”. Y entonces, tanto con mis colegas de Santa Fe (como Pamela Sosa, Hugo Ramos y Gabriel Obradovich) como con mis colegas de Buenos Aires (como Martín Vicente, Ezequiel Saferstein, Pablo Semán y Melina Vázquez) veíamos que estaba pasando algo distinto a lo que se decía en los medios de comunicación: no eran marchas anti-cuarentena, sino de oposición al gobierno con un discurso concentrado en la idea de libertad, en una forma particular de entender la libertad.
Para el mes de julio los partidos políticos de la oposición ya empezaron a decir “ahí estamos”; en las marchas aparecieron algunos líderes opositores que en ese momento no tenían cargo, como por ejemplo Patricia Bullrich o Luis Brandoni. También aparece el que en ese momento era un economista mediático, una celebridad pública, que decía insistentemente que él no se dedicaba a la política, Javier Milei. Según narraron personas que lo han podido entrevistar fue en la pandemia que Milei se convirtió en un político, que sintió un llamado a participar. Dicho sea de paso, el vocabulario religioso es muy importante en La Libertad Avanza: los conceptos del testimonio, del sacrificio, de la conversión, del llamado. Ahí hay una dimensión interesante.
Pero, en todo caso, volviendo a la figura de Milei, después de haberse negado a hacer política en 2019, cuando lo habían invitado a ser candidato, durante la pandemia decidió que era necesario pasar de la “batalla cultural” a la “batalla política”. Y ahí es cuando una parte del PRO empieza a percibir que le puede sacar parte de su electorado. Entonces comienza un proceso de cortejo de parte de algunos sectores del PRO hacia Milei y otros influencers y celebridades de derecha. Patricia Bullrich se reunió con varios de ellos, tanto de forma reservada como pública con el objetivo de atraerlos hacia Cambiemos. De hecho, algunas de estas figuras sí se integraron a PRO. En todo caso, lo que importa es que fue Milei y no otro influencer el que se impuso como la figura central de ese movimiento que se estaba gestando. Un poco puede haber influido su capacidad como economista, el hecho de tener una mayor edad, su tono, el modo en que logró establecer alguna relación carismática o por la forma yo diría hasta casi utópica de lo que presentaba como propuesta (“yo quiero el anarcocapitalismo”) o por cualesquiera otros motivos, lo cierto es que de ese proceso la figura que emergió en primer plano fue la Javier Milei. Lo que se armó en ese momento fue una dinámica compleja en la cual se mostraban muy activos algunos sectores que todavía no terminaban de tomar la decisión de dedicarse a la política electoral y, al mismo tiempo, una parte de Cambiemos que en lugar de sumarse al liderazgo de Larreta, juega una disputa interna buscando sumar a estos sectores que se fueron por derecha. Así, una parte de PRO que ya estaba a la derecha se va radicalizando y crece lo que queda por fuera y a la derecha de PRO.
Finalmente, en 2021 Milei se presentó como candidato en la ciudad de Buenos Aires. Contra muchos pronósticos, hizo una excelente elección. Tan bueno fue su debut en las primarias que incluso la parte centrista de Cambiemos se vio obligada a adoptar como propia parte de su agenda (por ejemplo, el compromiso firmado para no aumentar impuestos). Pero lo interesante fue ver que en esa elección, contrariamente a los prejuicios de varios colegas que insistían en ver a esa candidatura como la mera repetición de experiencias pasadas, el voto a favor de Milei era proporcionalmente mator en zonas más pobres de la capital que en los barrios acomodados. Pero, y esto me importa destacarlo, algunas de las personas que habíamos entrevistado en Santa Fe y Entre Ríos viajaron especialmente a Buenos Aires para apoyar la campaña de Milei. Y eso es otra cosa que algunos analistas no tuvieron en cuenta. La candidatura de 2021 se dio en Buenos Aires, pero parte del apoyo no era porteño. Fue esa parte que no se tomó en cuenta en 2021 lo que nos permitía pensar que en 2023 podía darse un voto por Milei presidente en las provincias que las elecciones locales no necesariamente estaban mostrando.
En suma, las difrentes cosas que veníamos viendo en nuestras investigaciones apuntaban a que, aunque no hicieran nada electoralmente, existían sectores en Buenos Aires, en el conurbano bonaerense y sobre todo en las provincias que presentaban demandas por derecha. Si se sumaba todo, teníamos un fenómeno. Ese fenómeno podía ser marginal, pero de todos modos valía la pena tenerlo en cuenta, más aún cuando en el resto del mundo estas derechas mostraban que podían avanzar de un modo rapidísimo. Entonces diría que no es cierto que el fenómeno no se podía ver, porque en realidad el fenómeno se vio tempranamente. Pero, en muchos casos, había una especie de negación a ver lo que se mostraba y aceptar que podía haber algo a la derecha de Cambiemos… en parte, creo, que, para algunos sectores del activismo peronista e izquierdista, si Macri ya era la dictadura era imposible pensar que algo estaba todavía más allá.
Hay una lectura de que los votantes de Milei son hombres jóvenes, trabajadores informales de la clase media. ¿Vos coincidís con esta interpretación o cuál era el porcentaje y el tipo de votante que vos considerabas que está detrás del apoyo electoral a Milei?
S.M.- Hay algo de cierto, pero hay que matizar. Como comenté, cuando empezamos a observar este fenómeno, la primacía de los varones jóvenes era clara. Eso, además, es algo que parecía repetir un esquema que es el habitual en este tipo de movimientos de derecha. Sin embargo, las cosas son un poco más complejas.
Pablo Semán, que trabaja más o menos siempre en los mismos barrios, observando hace más de 20 años religiosidad popular y música popular, de repente se empieza a encontrar con un montón de gente que es de Milei. Y como había leído algunos trabajos que habíamos presentado con Ezequiel Saferstein y Martín Vicente en 2019 y 2020 nos comentó lo que estaba viendo y que tenía algunos matices. Lo que Semán nos comentó es que se encontraba con familias que habían sido tradicionalmente cercanas al peronismo y se estaban acercando a Milei. Y que si bien había una preponderancia de varones jóvenes, en los sectores que él estaba observado era más repartida. Obviamente la primacía de los varones estaba, pero no del modo tan marcado que nosotros habíamos visto. Además otra cuestión: uno habla de jóvenes pensando en personas menores de 30 años. Pero en los sectores de más bajos ingresos una persona de 25 años no es lo mismo que en la clase media. Una persona de 25 años en un barrio popular probablemente ya es padre o madre, tiene un conjunto de responsabilidades mayor. En todo caso, la idea de jóvenes varones tiene un lugar importante, pero creo que sería un error reducirlo a eso.
¿Qué pensás en relación a lo que Milei representa hoy? ¿Representa la cristalización de nuevos fenómenos que uno puede pensar como más coyunturales o es algo que vino para quedarse y se instaló? ¿Es una clave distinta a la que veníamos pensando hasta ahora?
S.M. – Hay un libro que me gusta mucho de Lawrence Stone sobre la Revolución Inglesa, que hablaba de que en los procesos hay decantadores y precipitadores. Y en ese sentido, yo veo un proceso que fue gradual, que empezó con el cambio de siglo y fue decantando, pero en distintos momentos hubo precipitadores que aceleraron y cambiaron no solo el ritmo sino la propia dinámica. Quiero decir: hay algo de las dos cosas; está lo coyuntural pero no tendría sentido negar lo que hay de decantación más larga, que hay algo que se fue desarrollando con lentitud y está para quedarse. Con esto no quiero decir que La Libertad Avanza vino para quedarse, ni que Milei vino para quedarse. Por ahora es un liderazgo personalista que responde a una demanda. Es la demanda la que, creo yo, no es meramente coyuntural y no se explica solamente ni por el deterioro económico ni por la pandemia.
Ahora, dicho esto, también hay que observar que esa demanda durante mucho tiempo fue canalizada por otras vías, menos ríspidas y más amigables con la democracia liberal. Podría volver a encauzarse por esas vías. Si lo que nos preocupa es la presencia pública de ciertas ideas de derecha, lo primero a notar es que esas ideas ya estaban aunque no se expresaran partidariamente de forma tan prístina. En el futuro pueden seguir estando aunque las volvamos a canalizar por medio de partidos que se comporten más claramente dentro de las reglas de la democracia liberal.
Ante la pregunta de si es posible que el avance de la derecha radicalizada en Argentina experimente un freno y un retroceso la respuesta es claramente afirmativa incluso en el corto plazo. Es posible que mañana Milei incurra en un error de campaña muy grosero, y en vez de obtener el 30% consiga el 20% de los votos. Es posible que La Libertad Avanza se desarme tan rápidamente como se conformó. Pero las demandas sobre las que se montó Milei no desaparecen de un día para el otro; están instaladas y deben ser procesadas.
*Transcripción, edición y revisión de Milena Zapata, Milagros Gómez Galvez, Paula Grosso y Sacha Lione.