La “batalla cultural” según la derecha radical argentina

La “batalla cultural” según la derecha radical argentina

/// Por Victoria Haidar, Fátima Welchen y Mauricio Tibaldo

 

Quienes suscribimos este artículo comenzamos a escribirlo el 23 de octubre. Sin embargo, no haremos abuso de los recientes resultados, puesto que, como reza el dicho, “con el diario del lunes todos somos Gardel”. 

Para arrancar, nos gustaría hacernos eco de una pregunta que Esteban Kaipl espetara al campo progresista en un artículo anterior publicado en esta misma revista. Kaipl se preguntaba si, al hacer un uso expansivo del concepto de “fascismo” para caracterizar a un conjunto heterogéneo de fuerzas, el progresismo no habría producido, como efecto no deseado, un “amontonamiento innecesario de enemigos”. 

Encontramos tal señalamiento por demás de sugerente, porque el “agrupamiento forzado” al que se alude aparece como la contracara de la maniobra que vienen realizando los sectores de la “derecha radical”, movilizando, para ello, los conceptos de “comunismo” y de “marxismo cultural”. 

No es nuestra intención establecer desde qué lado comenzaron a sumarse y entreverarse enemigos; aunque no podemos dejar de mencionar la afección neoliberal por este tipo de operaciones, que Frederich von Hayek supiera ensayar, tempranamente, en su Camino de Servidumbre. Nos interesa, en cambio, constatar la función que la reducción de proyectos históricos, imaginarios y tradiciones heterogéneos (asociados al peronismo, lo “nacional-popular”, los movimientos feministas, el pensamiento socialdemócrata, el “progresismo”, la partidocracia, la cultura de izquierdas), a un mismo y único campo de adversidad, desempeña en los discursos de las derechas: una función polarizante que, reinventando binarismos históricos, busca articular una nueva identidad colectiva “irreductiblemente liberal”. Citando a Laje (2022, p. 484):

Creo que una nueva derecha podría conformarse en la articulación de libertarios no progresistas, patriotas no estatistas, conservadores no inmovilistas y tradicionalistas no integristas. El resultado sería una fuerza resuelta en la incorrección política que podría traducirse como una oposición radical a la casta política nacional e internacional, al estatismo y al globalismo, al establishment multimediático y la hegemonía progresista que domina la academia, a los ingenieros sociales y culturales de las Big Tech y del poder financiero global inclinados sin disimulo alguno hacia la izquierda cultural.

Es a partir de tal procedimiento de antagonización, con el consecuente efecto de construcción de un enemigo único pero multifacético, que los enunciadores principales de este nuevo espacio invitan a librar una lucha en el plano cultural. Sin dudas, llamamientos de ese estilo han pasado a ser parte fundamental, en los últimos años, de la retórica de las “ultra-derechas”. Basta considerar, en esa dirección, los casos de Steve Bannon, en Estados Unidos; Bolsonaro, en Brasil o el partido Vox, en España. 

Ahora bien, fue el uso del sintagma “batalla cultural”, por parte de la derecha radical argentina lo que atrajo nuestra atención. Y ello por dos razones. La primera es que da cuenta de una inversión o vuelco en la direccionalidad política-ideológica con que tal slogan circulaba, hasta ahora, en el debate público argentino, ésto es, como una suerte de “santo y seña” del kirchnerismo y del espacio más indefinido del progresismo. 

En segundo lugar y relacionado con lo anterior, porque no nos queda claro si las prácticas en las que incurren las derechas involucran diferencias con la batalla cultural “à la Gramsci” en la que los gobiernos kirchneristas, su militancia, los intelectuales que apoyaban o simpatizaban con el kirchnerismo, los sectores progresistas, los movimientos de mujeres y de derechos humanos, entre otros actores, procuraron librar en pos de combatir ciertos lugares del “sentido común” neoliberal, patriarcal y autoritario.

Ciertamente, resulta plausible sostener que la lucha que las fuerzas ascendentes de las derechas radicales dan y llamar a dar contra el “marxismo cultural” hace pie en aquel discurso adversativo que busca destronar; esto es, en el vocabulario, conceptos y estrategias derivadas de la filosofía de la praxis de Gramsci. Basta con ver a Agustín Laje en la presentación de su libro proyectando un Power Point con las figuras de Gramsci, Marcuse y Foucault (Goldentul y Saferstein, 2022) para conjeturar una apropiación “por derecha”, de autores sensibles a la capilaridad del poder. Se trata, en fin, de vencer en el campo de la cultura, de conquistar el sentido común como forma de traccionar, apuntalar (y, eventualmente estabilizar) victorias electorales. 

Pero, asimismo, en el fraseo y las prácticas de las derechas, la hegemonía a desterrar no aparece como una articulación contingente, incompleta y permanentemente asediada por procesos contra-hegemónicos (¿no sería ésta la lectura gramsciana adecuada?), sino que más bien se asume como un complot del que participarían los movimientos feministas, los “progres”, los peronistas y (al menos hasta la reciente alianza de la Libertad Avanza con el ala más dura del PRO), hasta el mismísimo “socialismo amarillo”, denominación que Milei elegía dar a la coalición de Juntos por el Cambio.

La presuposición de una conspiración no sólo permitió aglutinar a fuerzas heterogéneas que se encuentran “del otro lado”. A la inversa, al ofrecer un relato y un rostro común para las experiencias dispares de aquellos que, en el diagnóstico de sus portavoces, vienen “perdiendo la batalla”, también constituyó un plafón para la activación de eficaces procedimientos de identificación. 

Aunque la tesis de la “batalla perdida”  merece un análisis detenido (y el comentario marginal acerca del carácter “radicalmente histórico” y partisano del discurso de estas derechas) de forma resumida expresa lo siguiente: a pesar de que la izquierda argentina fue derrotada militarmente en los años setenta, logró un triunfo en el terreno cultural; triunfo que, a su vez, luego de la recuperación de la democracia, (y no sin avances y retrocesos, agregamos nosotros), logró traducirse institucionalmente. De allí la necesidad, para revertir la situación, de que los esfuerzos de la derecha se focalicen en el ámbito cultural. 

Así, gambeteando los problemas que puede acarrear una práctica política “atenida a  principios”, se ha ido conformando, en los últimos años, un espacio ultraderechista que aúna tradiciones otrora enfrentadas, como son los nacionalismos reaccionarios y el liberalismo conservador (Morresi, 2023). “Liberal en lo económico, conservador en lo social”, una de las consignas twitteras que se alzaron durante los años que transcurrieron desde la presentación del proyecto de interrupción voluntaria del embarazo hasta su consagración como ley, sintetiza muy bien la “porosidad” y afinidad electiva entre un tipo de liberalismo y un tipo de conservadurismo que emergen como aliados estratégicos en la conformación de ese espacio (Souroujon, 2018).

Como surge de las más recientes declaraciones públicas de personalidades ligadas a la  Libertad Avanza, de los escritos de Laje y de los contenidos que circulan en los canales de youtube, blogs y redes sociales de activistas de la ultra-derecha, las luchas que se eligen dar se encuentran focalizadas en torno a agendas cargadas moral y afectivamente, como son todas aquellas relacionadas con los derechos de las mujeres, las minorías sexuales y etnosociales, no menos que con las reivindicaciones históricas de los pueblos. Los discursos a los que nos referimos recuperan, asimismo, tópicos procedentes de corrientes nacionalistas conservadoras, como el “amor a la patria” y la salvaguardia de los “valores históricos” de la nación. No menos importante, en ellos se escuchan los ecos de controversias relativas a la interpretación de la historia argentina e hispanoamericana (la llamada “conquista de América” y el legado de la generación del ’80 son algunos de los temas revisitados) y de acontecimientos traumáticos del pasado reciente que, aunque nunca del todo acallados, ocupaban, hasta hace poco, una posición marginal en el debate público: nos referimos, claro está, a las formas -que incluyen la caída en posturas negacionistas-, en que se busca matizar (y hasta justificar) el accionar del terrorismo de Estado, a la reactivación de la teoría de los dos demonios y a las reivindicaciones ligadas a la agenda de la denominada “memoria completa”. 

La centralidad que asumen, entonces, cuestiones en las que se insinúan conflictos más antiguos entre posturas tradicionalistas autoritarias vinculadas con el catolicismo ultramontano y posturas seculares, democrático-modernizantes, proporciona a esta “batalla cultural” una coloración existencialista, incluso religiosa, que invita, asimismo, a leerla en términos de Kulturkampf. Esto es, como una “versión” o “avatar” de aquella clase de enfrentamientos entre “visiones de mundo” que encuentran su motor en las resistencias opuestas, históricamente, por grupos conservadores y reaccionarios católicos (aunque también vinculados a otras vertientes del cristianismo), a los procesos de secularización. 

Justamente, es el término alemán Kulturkampf, que precede a las “batallas de palabras” y a las “luchas ideológicas” a las que se refirió Gramsci, como a las más recientes culture wars provenientes del contexto anglosajón (Hunter, 1992),  el que anuda, en el siglo XIX, lo que es del orden de la “lucha” con lo que es del orden de la “cultura”.

El concepto, que fue acuñado alrededor de 1840 (Jaworska y Leuschner, 2018), se popularizó a partir del uso que el médico, antropólogo y parlamentario liberal Rudolf Virchow  hizo del mismo para referirse a  los conflictos entre secularismo y catolicismo en la campaña liderada por Bismarck en Alemania/Prusia contra el poder y la influencia de la Iglesia Católica entre 1871 y 1878.

De forma similar, fue utilizado medio siglo después, entre las décadas de 1920 y 1930, en el contexto de la caída de la República de Weimar, para aludir a una lucha cultural  desplegada “a lo ancho del mundo” contra los valores del cristianismo (Weir, 2018), de la cual darían testimonio, según las personalidades del mundo católico que la denunciaron, la represión sangrienta de los Cristeros por parte del gobierno mexicano a partir de la aplicación de la ley Calles que limitaba y controlaba el culto católico en la nación, así como la “amenaza que venía desde el Este”, esto es, los reportes acerca de la demolición de iglesias, exilio y ejecución de sacerdotes en la Unión Soviética. 

Lo interesante de esta “nueva Kulturkampf” es que su uso en el contexto de la crisis del gobierno de Weimar (1928-1933) “ayudó a hacer crecer la sensación de que el arco político se estaba dividiendo en dos campos hostiles” (Weir, 2015, p. 17).  Fue en ese contexto en el que la prensa católica comenzaría a utilizar,  junto al término  Kulturkampf, aquel de  “bolchevismo cultural” (Kulturbolschewismus) para poner nombre a las fuerzas que aparecían como oposición a la “civilización occidental” (Abendland). Tal concepto, esgrimido no solo por el catolicismo, sino por el protestantismo alemán, rápidamente se transformó en parte  del arsenal semántico de los partidos conservadores de la centro-derecha alemana.

En una maniobra de “amontonamiento” semejante a la que subyace, hoy día, al uso de la expresión “marxismo cultural” por parte de fuerzas de ultra-derecha, el mote de “bolchevismo cultural” supo atar, en su emergencia, al socialismo, la socialdemocracia y hasta el liberalismo al comunismo soviético al remarcar la raíz “secularista” que todas estas ideologías compartían. En el contexto turbulento de la República de Weimar, la oposición entre dos visiones de mundo, una “espiritual”, de raíz cristiana, y otra “impía y sin espíritu”, de carácter bolchevique, animó la conformación de un espacio político conservador, desde el cual se impulsó el armado de un gobierno que excluyera a los “marxistas” del gobierno democrático Weimar. Apoyándose sobre argumentos semejantes, en 1930 Franz Von Papen (quien sería más tarde uno de los principales propulsores de la llegada de Hitler a la cancillería alemana) constituyó la Liga Alemana para la Protección de la Cultura Occidental (Weir, 2015).

Si bien proyectos políticos de ese estilo, que encontraron en conflictos político-religiosos representados en términos de Kulturkampf un punto de apoyo, no se tradujeron en victorias electorales, la articulación que entonces se estableció entre la “lucha política” y la “lucha cultural” y el papel que en todo ello se hizo jugar a una maniobra de antagonización que tenía como mascarón de proa al “comunismo”, merece ser considerada a la hora de interpretar el activismo cultural de las derechas  radicales. 

Por un lado, porque quién aparece desde el inicio como un “punto de paso obligado” para entender qué es lo que se cifra -por derechas y por izquierdas, si es que se cifra lo mismo- en el slogan “batalla cultural”, no sólo no desconocía la semántica germana, sino que en sus Cuadernos de la Cárcel utilizó el concepto de Kulturkampf tanto para referirse a las relaciones entre Estado e iglesia en Alemania (Cuaderno 1 (XVI), p. 44), como para caracterizar la situación en la que se encontraban los países de América central y del sur, en la que: 

 (…) el elemento laico y civil no ha superado la fase de la subordinación a la política laica del clero y de la casta militar. Los acontecimientos de estos últimos tiempos (escribo en noviembre de 1930), del Kulturkampf mexicano de Calles a los movimientos militares-populares en Argentina, en Brasil, en Perú, en Bolivia, demuestran precisamente la verdad de estas afirmaciones (Gramsci, Cuaderno 4, (XIII) 1930-1932, p. 425; Cuaderno 12 (XXIX) 1932, p. 1124). 

Por otro lado, porque las estrategias de comunicación política utilizadas por las derechas radicales en diferentes contextos, incluido el argentino, han conducido, en los últimos años, a reflotar los debates académicos en torno a las culture wars que suscitó, en su momento, la publicación del libro de James Hunter Culture Wars: the struggle to define America (1992). Para titular su trabajo, Hunter se valió de una traducción deliberadamente imprecisa del vocablo alemán Kulturkampf. Con la expresión “culture wars”, Hunter buscó realzar el funcionamiento de un impulso “polarizante” y de una dimensión “existencial” en las discusiones en torno a un repertorio de temas, entendidas como derivaciones de una misma matriz conflictual definida en torno a un polo ortodoxo y otro progresista. 

Como sabemos, la convicción de que la batalla cultural era necesaria pero no suficiente” (Milei, 26 de septiembre 2020), ha precipitado a las fuerzas de la ultra-derecha argentina a dar la batalla electoral, cuyo capítulo final (al menos de esta saga) tendrá lugar el próximo domingo 19 de noviembre. Más allá de las escenificaciones y recalentamientos propios del momento, ganen o pierdan, hay algo que trasciende la coyuntura electoral: queda el discurso de la batalla cultural, cuya política y estrategia belicista, pensamos, merecen seguir siendo interrogadas. 

 

* (vickyhaidar@yahoo.com.ar – CITRA-CONICET-UMET-UNL), (fatimawelchen@gmail.com – UNL) y (mauricioetibaldofhuc@gmail.com- UNL)

Referencias bibliográficas

Goldentul, A., & Saferstein, E. (2022). Los jóvenes lectores de la derecha argentina. Un acercamiento etnográfico a los seguidores de Agustín Laje y Nicolás Márquez. Cuadernos del Centro de Estudios en Diseño y Comunicación. Ensayos, (112), 133-156.

Gramsci, Antonio (1985). Cuadernos de la cárcel, edición crítica a cargo de Valentino Gerratama. Ediciones Era: México

Hunter, J. D. (1992). Culture wars: The struggle to control the family, art, education, law, and politics in America. Avalon Publishing.

Jaworska, S., & Leuschner, T. (2018). Crossing languages–crossing discourses: A corpus-assisted study of Kulturkampf in German, Polish and English. Pragmatics and Society, 9(1), 117-147.

Laje, A. (2022). La batalla cultural: Reflexiones críticas para una Nueva Derecha. HarperCollins Mexico.

Souroujon, Gastón (2018) ¿Qué hay de nuevo con la nueva derecha? En Alcántara, Sánchez López y García Montero (Comp.) Memoria del 56º Congreso Internacional de Americanistas (pp. 300–309). Salamanca: Usal.

Weir, T. H. (2015). The Christian front against godlessness: anti-secularism and the demise of the Weimar Republic, 1928–1933. Past & Present, 229(1), 201-238.

Weir, T. H. (2018). Introduction: Comparing nineteenth-and twentieth-century culture wars. Journal of contemporary history, 53(3), 489-502.

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