La isla rebelde: la influencia de Cuba en la cultura de los ´60

La isla rebelde: la influencia de Cuba en la cultura de los ´60

Por Analía García y Román March //

El presente artículo tiene por objeto describir (de manera introductoria) la influencia cultural (esto es, en diversas expresiones como la política, el cine, la literatura, el arte y la música) que tuvo la Revolución Cubana en la Argentina de los años sesenta. En este sentido, proponemos un abordaje basado en dos ejes. En el primero, nos referiremos al contexto político que origina el proceso revolucionario en la Isla y que la convierten en un enclave fundamental para la organización de Nuestra América. En el segundo, presentaremos la fusión entre aquella herencia y la cultura propiamente argentina expresada en distintas manifestaciones.

La isla rebelde

Finalizada la Segunda Guerra mundial y el consiguiente inicio de la Guerra Fría, Estados Unidos consolidaba para la década del ´50 su hegemonía en el bloque occidental. Y dentro de su zona de influencia más palpable como lo era Latinoamérica, Cuba se erigía como el espacio de ocio predilecto para los magnates norteamericanos. Si bien se trataba de un país emancipado hacía más de medio siglo, en la práctica no escapaba de ser una pseudocolonia tropical estadounidense. Desde sus inicios como país independiente, Cuba selló su dependencia con Estados Unidos a poco de finalizar su vínculo con España. Fue así como, durante la primera mitad del siglo XX, la isla se mantuvo dentro de la órbita de dominación norteamericana tal como el resto de Centroamérica y el Caribe gracias a la supremacía que la potencia mantuvo con la región conocida como “Política del garrote”.

Esto se vio reforzado a partir de 1945, cuando el mundo se convirtió en bipolar y la esfera occidental se sujetó a las directrices emanadas desde Washington. La región quedó indefectiblemente subsumida en el enfrentamiento que Estados Unidos y la URSS llevaron adelante. En este marco, la política internacional estadounidense respondió siempre al mismo método: gobiernos que intentaran tenuemente una cierta independencia económica o mostraran tintes nacionalistas, eran rápidamente intervenidos y reemplazados por autoridades títeres que mantendrían obediencia total a la Casa Blanca. Latinoamérica era más que nunca el patio trasero norteamericano.

El quiebre de este sistema llegó con la irrupción de una revolución ejecutada desde la Sierra Maestra cubana. Fue allí donde germinó el “Movimiento 26 de julio” que, con un apoyo masivo de la población rural, destronó al desgastado dictador Fulgencio Batista en el umbral del año 1959.  Lo que al principio pareció una maniobra política fácil de abatir se convirtió con el correr de los meses en un peligro real para la dominación estadounidense en la región. Los planes del nuevo gobierno incluían nada menos que una radical reforma agraria e industrial sumada a la expropiación masiva de bienes norteamericanos en la isla.  Los planes de un veloz derrocamiento de Fidel Castro y sus tropas se vieron desmoronados con la fallida invasión de Bahía Cochinos por parte de milicias de exiliados en 1961.

El aislamiento al que sometió Estados Unidos a Cuba dio impulso a un estrecho vínculo político e ideológico entre La Habana y Moscú. Es así como los proyectos originales de la revolución (ejercer una genuina soberanía política y económica para marcar distancia de Washington) se reorientaron hacia el tendido de una necesaria red con el mundo Oriental. Ahora sí, Cuba era un foco comunista imbatible en el hemisferio occidental.

La influencia que esta revolución tuvo sobre la región fue trascendental: Fidel Castro incitó la propagación del espíritu insurgente por otros países, en parte para desestabilizar la hegemonía de Estados Unidos y en buena parte para la propia supervivencia del proyecto revolucionario.

La exportación del modelo cubano quedó en manos de Ernesto “Che” Guevara (argentino de nacimiento) quien se encargó de diseminar por otras regiones la opción armada como única vía para una auténtica emancipación, lo que estimuló el surgimiento de pequeños focos guerrilleros que intentaron emular el camino trazado por los cubanos.

Para contraponerlas, John F. Kennedy ensayó una táctica que funcionó en la Europa devastada por la guerra durante la segunda mitad de los años ´40: la “Alianza para el Progreso” no es otra cosa que un intento de repetir el “Plan Marshall” en el continente. Con una formidable inyección de dinero, se suponía que desaparecerían, al menos en el corto plazo, las razones para seguir el ejemplo cubano. Por el contrario, el vigor revolucionario ya estaba desatado. La idea de revolución había cobrado forma concreta en Cuba y funcionó como modelo a seguir para el resto del continente.

La marca revolucionaria en Argentina

En Argentina, el giro a la izquierda que vivió la sociedad en general y la cultura en particular por esos años, respondieron al impacto político que provocó la revolución. Más aun, la presencia del “Che” en la gesta insurgente le brindaba aquí un impulso mayor.

La relación de Argentina con la Revolución cubana estuvo sellada desde sus comienzos. A partir del encuentro en México de Ernesto “Che” Guevara con los hermanos Fidel y Raúl Castro en 1956 y su posterior arribo a la isla como parte del grupo rebelde, se puede afirmar que Guevara fue el primer argentino en la Cuba revolucionaria. Debido a su rol icónico, desde allí en adelante ser argentino en Cuba se convertiría en una inevitable alusión al “Che” (Boido, Ruíz Díaz, Allende, 2019:10)

En consecuencia, la irrupción de una “Cuba revolucionaria” coincidió con los llamados “años dorados del capitalismo” y, como contracara a la opulencia capitalista, también emergieron otras expresiones de rebeldía y desacuerdo al orden imperante como el hippismo (movimiento pacifista en Estados Unidos) y la ola feminista. Estos movimientos trastocaron el mundo occidental buscando remover modelos de autoridad, jerarquía y valores que para entonces estaban agotados.

En términos culturales, ningún otro momento de la historia argentina estuvo tan estrechamente conectado con el pensamiento europeo de izquierda (como el existencialismo francés, expuesto aquí en la figura de Ernesto Sábato y los hermanos David e Ismael Viñas, fundadores de la revista “Contorno”, el estructuralismo impulsado por Claude Levi-Strauss y Louis Althusser y el apogeo del psicoanálisis con Jacques Lacan como figura excluyente), como fueron los años ´60. Aquí se discutían, en acalorados debates, las ideas de Jean Paul Sartre, Pierre Bourdieu, Franz Fanon y de Herbert Marcuse, entre otros. A eso se sumaba, la idea del “intelectual comprometido” que era siempre el trasfondo de las discusiones. Sus obras, sus líneas artísticas, sus vanguardias, sus estilos, sus modas, eran ávidamente absorbidas por la intelectualidad local para ser fusionada con el pensamiento latinoamericano en general y cubano en particular.

Pero también la apropiación tiene otra singularidad: la propia identidad de los intelectuales se modificó y por lo tanto el papel que se autoadjudicaron en relación con los procesos políticos. Se constituyó así un nuevo sujeto que puede verificarse con el paso del intelectual comprometido de la década del cincuenta al intelectual revolucionario de la década del sesenta (Lenci, 2019:27)

Por consiguiente, la cultura de izquierda argentina se encontró fuertemente vigorizada por el estímulo cubano, tanto en las corrientes centroizquierdistas como en sus alas más radicalizadas, que otorgó un cariz que jamás había tenido nuestra producción cultural.

Indudablemente los espacios que propiciaron estos debates fueron las universidades públicas, intelectualmente muy ricas, con renovados cuerpos docentes, contenidos, paradigmas y carreras: comienzan a dictarse las carreras de Sociología, Psicología y Ciencias de la Educación; el CONICET y la editorial EUDEBA acrecentaron su jerarquía en el mundo académico.

En cuanto al cine, todo lo que producía la corriente de la “nouvelle vague” francesa o el neorrealismo italiano era analizado rigurosamente por la matriz cultural local. También, películas como las de Rodolfo Kuhn o Leopoldo Torre Nilson se ofrecerán como reflejo de ello. Pero hubo dentro de la producción cinematográfica una corriente que se denominó cine político, que tomó nota del shock ideológico que la revolución había provocado.

El cine fue uno de los espacios de mayor intercambio. El primer decreto cultural firmado por el nuevo gobierno revolucionario fue la creación del Instituto Cubano del Arte e Industria Cinematográficos (ICAIC) en marzo de 1959, dando impulso al movimiento del Nuevo Cine Latinoamericano. En la Argentina se destaca Fernando Birri, autor de Tire dié (1956-1958) y Los inundados (1961), que ejerció su influencia en este movimiento de características continentales que estuvo vinculado a la producción cubana. El Grupo Cine Liberación de Fernando “Pino” Solanas, Octavio Getino y Gerardo Vallejo produjo La hora de los hornos (1966-1968), documental de denuncia de la dictadura de Onganía (Crisorio, 2009:21)

El film “La hora de los Hornos”, se configura desde su impactante estreno como un fresco militante atraído irremediablemente por la experiencia cubana como faro ejemplar a imitar, eso sí, teniendo a Perón como líder indiscutido. La imagen del Che asesinado en Bolivia un año antes, es la imagen fuerte que pretende concientizar y movilizar al espectador para sumarlo a la causa socialista-peronista. De hecho, con esta película nació el “Cine para la Liberación”, brazo cinematográfico del peronismo revolucionario en sintonía con la emergencia del “Cinema Novo” en Brasil. Por fuera del peronismo revolucionario, el santafecino Fernando Birri fue el ícono de un cine con fuerte denuncia social, inspirando y dirigiendo la Escuela Internacional de Cine y TV en San Antonio de los Baños, Cuba.

Otra de las expresiones culturales fuertemente atravesadas por la experiencia revolucionaria del ´59 fue sin dudas la literatura: muchos escritores de Latinoamérica apoyaron la gesta cubana aunque no todos con la misma vehemencia. Los casos más renombrados fueron Gabriel García Márquez, Mario Vargas Llosa, Carlos Fuentes, Pablo Neruda, hasta el propio Julio Cortázar dieron su beneplácito a la revolución. Las letras argentinas se vieron parcialmente “cubanizadas”, hasta entre quienes eran en un principio reticentes a las ideas de izquierda como lo fueron Rodolfo Walsh o Leopoldo Marechal.

Además, se pueden mencionar otros elementos como fueron el nacimiento del premio literario Casa de las Américas como un incentivo cubano a la solidaridad con la revolución. El llamado “Boom latinoamericano” acentuó temáticas y rasgos continentales. Y ello no se hubiera expuesto de sobremanera de no haber ocurrido una revolución en el corazón mismo del continente. Aparecen semanarios especializados en entretenimientos pasatistas (modas, deportes, magazine) y también las de materia literaria. Algunos ejemplos fueron la gramsciana revista “Pasado y presente”, la trotskista “Fichas” o “La rosa blindada” de clara línea identificada con la experiencia revolucionaria en Cuba.

Más allá del “Art pop” que la sociedad de consumo aplaudió, las artes plásticas argentinas tampoco fueron inmunes a la corriente politizada que dominó la “década rebelde”. El ejemplo destacado fue “Tucumán arde” (1968), recordada muestra plástica de la que participaron entre otros León Ferrari y Ricardo Carpani en apoyo a los trabajadores tucumanos tras el cierre de los ingenios azucareros de aquella provincia. Tras la exhibición artística, se proyectó “La Hora de los Hornos” entre los espectadores. Arte y política volvían a ser indisociables.

En cuanto a la música, si bien la década tiene como banda sonora al rock angloparlante, los ´60 marcaron en nuestro país la consolidación del folclore como género musical masivo y en no pocos casos, identificada con la política, ergo, con expresiones de izquierda. A la ya conocida militancia comunista de Atahualpa Yupanqui (quien con su manifiesto le cantó a una generación anterior), se le suman las voces contestatarias de Mercedes Sosa, Horacio Guarany y Jorge Cafrune junto con las trasnacionales de Violeta Parra y Víctor Jara. El folclore era el canal musical por donde se filtraba la denuncia de explotación y desigualdad que caracterizaban al continente.

Consideraciones finales

Como hemos desarrollado, en la ideología cubana como praxis revolucionaria a partir de 1959 se expresa el derribamiento de las antiguas estructuras dominantes y opresoras cambiando las formas de pensarse y nombrarse a sí mismos. Esa “novedad” de la experiencia cubana renovó la producción cultural de la región y, como vimos, Argentina no quedó exenta de dicha influencia.

Sin embargo, sus efectos se fueron diluyendo con la transición a las décadas siguientes producto de cierto desencanto con los caminos que tomó la revolución, el agotamiento del impulso insurgente, el deslizamiento del espíritu “rebelde” hacia expresiones más violentas y, por consiguiente, la represión indiscriminada a todas las formas culturales con tintes izquierdistas se suma al inescrupuloso plan que Estados Unidos aplicó para la consolidación de su dominio en la región avalando todo golpe de Estado que se ejecutara en los países latinoamericanos. Las simultáneas dictaduras militares digitadas desde Washington acabaron con los proyectos culturales que adherían a causas revolucionarias.

No obstante, más allá de la excepcionalidad de la experiencia revolucionaria, Cuba se convirtió en los años ´60 y ´70 en un faro que alimentó una de las mejores etapas de la industria cultural argentina.

* Analía  (analiagarcia@caraludme.edu.ar) es Profesora de Historia y Román (roman_march@hotmail.com) es estudiante avanzado de la Lic. en Filosofía por la Universidad Nacional de Mar del Plata.


Bibliografía

-Boido, F., Ruíz Díaz, E. y Allende, S. “La experiencia cubana: intelectuales argentinos en la revolución” en Fornet, J. (et al) (2019): La experiencia cubana: intelectuales argentinos en la Revolución, Biblioteca Nacional, CABA.

-Crisorio, C. (2009): El impacto de la Revolución Cubana en el proceso político argentino, XII Jornadas Interescuelas/Departamentos de Historia, Departamento de Historia, Facultad de Humanidades y Centro Regional Universitario Bariloche, Universidad Nacional del Comahue, San Carlos de Bariloche.

-Lenci, L. “Los intelectuales argentinos y la revolución cubana” en Fornet, J. (et al) (2019): La experiencia cubana: intelectuales argentinos en la Revolución, Biblioteca Nacional, CABA.

-Gil, G. (director) (2010): Universidad y Utopía. Ciencias Sociales y militancia en la Argentina de los 60 y 70, EUDEM, Mar del Plata.

-Pujol, S. (2002): La década rebelde. Los años ´60 en Argentina, Emecé, CABA.

-Sigal, S. (1991): Intelectuales y poder en la década del ´60, Puntosur, CABA.

-Terán, O. (2013): Nuestros años sesenta. La formación de la nueva izquierda intelectual argentina, Siglo XXI, CABA.

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