/// Por Andrés Bainotti *
¿Cuál es la situación de la ciencia en la Argentina? ¿Qué rol cumple el financiamiento público y la inversión privada? ¿Es posible privatizar el sistema científico y tecnológico? Contra toda evidencia empírica, los candidatos libertarios pretenden avanzar sobre las instituciones, lxs trabajadores y las capacidades científicas y tecnológicas que destacan a la Argentina a nivel global. ¿Salto a lo desconocido o eterno retorno?
Made in Argentina
El dulce de leche, el alfajor, la milanesa, el magiclick, la tapa a rosca y la birome son algunas de las invenciones argentinas mundialmente conocidas. Pero también existen otras, aún más relevantes: el diseño y desarrollo integral de la primera vacuna nacional contra el COVID-19 (la ARVAC Cecilia Grierson); una nueva terapia que permite tratar la atrofia muscular espinal –enfermedad que padeció por ejemplo el físico teórico británico Stephen Hawking-; un novedoso blanco terapéutico en el control de la aterosclerosis que abre las puertas para el desarrollo de fármacos; el desarrollo de un potencial tratamiento para el cáncer a partir de anticuerpos monoclonales; la primera planta argentina y de Sudamérica para la fabricación de baterías de litio; innovaciones asociadas al cannabis medicinal y el cáñamo industrial; el desarrollo de una terapia génica experimental para revertir los déficits de la memoria social y de objetos en un modelo preclínico de la enfermedad de Alzheimer.
Estos son sólo algunos de los avances, descubrimientos y aportes de la ciencia argentina. ¿Qué tienen en común? Detrás de cada uno de los hallazgos trabajan investigadores e investigadoras de instituciones públicas de ciencia y tecnología. El CONICET es el denominador común. Las notas que siguen no tienen la intención de constituirse en una defensa corporativa** sino más bien en una apelación al más elemental de los razonamientos: no existe en la actualidad, ninguna nación soberana cuyo desarrollo social y económico no esté profundamente ligado al impulso de las actividades científicas y tecnológicas.
El complejo científico argentino que supimos conseguir
Aunque el Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas -más conocido por su siglas como CONICET- sea de las instituciones más visibles, el sistema científico argentino está compuesto además por 57 universidades nacionales, el Banco Nacional de Datos Genéticos (BNDG), la Fundación Argentina de Nanotecnología (FAN) y una veintena de organismos de producción tecnológica, entre los que se destacan el Instituto Nacional de Tecnología Industrial (INTI), el Instituto Nacional de Tecnología Agropecuaria (INTA), la Comisión Nacional de Energía Atómica (CNEA), el Instituto Nacional del Agua y la Comisión Nacional de Actividades Espaciales (CONAE).
Un caso paradigmático de la política científica y tecnológica -también energética e industrial- en nuestro país, lo constituye el sector nuclear. Argentina es uno de los pocos países periféricos en el mundo con capacidades en un área económicamente estratégica cuyas aplicaciones -con fines pacíficos- se desarrollan en campos tan variados como el agro, la industria y la medicina. ¿Cómo logró Argentina alcanzar un lugar de preponderancia en el mapa geopolítico?
La historia nuclear en nuestro país tiene sus inicios en la década del ‘50 y el rasgo que caracteriza -y explica- su trayectoria es el rol que ha jugado el Estado. La Comisión Nacional de Energía Atómica (CNEA) en 1958 logró poner en funcionamiento el primer reactor nuclear de investigación construido en América Latina: el RA-1 (Reactor Argentino 1). Una empresa quijotesca basada en la decisión de que ese primer reactor no sea adquirido en el extranjero o ensamblado en Argentina importando llave en mano aquellas tecnologías necesarias para su construcción.
Durante 2020 y parte del 2021, investigadores de la CNEA fabricaron y trabajaron en el montaje de un acelerador de protones de alta corriente que fue exportado al KIRAMS (Instituto coreano de Radiología y Ciencias Médicas). Se trata de un prototipo de acelerador que permitiría avanzar con una máquina completa para la Terapia por Captura Neutrónica en Boro (BNCT), una técnica novedosa para el tratamiento de algunos tipos de cáncer para los cuales no hay abordaje posible con las técnicas convencionales disponibles (puede usarse en casos de melanoma -que es el cáncer de piel más agresivo- y en otros tipos de cáncer -cerebro, cabeza y cuello, hígado y pulmón-).
Trayectorias de aprendizaje, acumulación de conocimiento y escalamiento tecnológico se explican fundamentalmente en Argentina por la inversión estatal (con etapas de fuerte impulso aunque también de marcado retroceso) orientada a la formación de recursos humanos, la generación y transferencia de conocimientos, la cualificación de la estructura productiva y la construcción de una capacidad exportadora de creciente complejidad tecnológica.
“Que la Ciencia y la Tecnología queden en mano del sector privado”
Según datos del RICyT (Red Iberoamericana de Indicadores de Ciencia y Tecnología), en 2021 la inversión pública y privada de Argentina fue de un 0,52% de su PBI, muy lejos del 5,44% que invirtió Israel, el 4,81% de Corea del Sur, el 3,45% de Estados Unidos, el 3,14% de Alemania, el 3,26% de Japón, el 2,40% de China o el 2,35% de Francia (Instituto de Estadísticas de UNESCO). Sin embargo, si se toma como referencia a la región latinoamericana, la posición argentina es de liderazgo más que de rezago: solo se ubica por debajo de Brasil que invirtió -en 2020- el 1,17 % de su PBI (RICyT). Por detrás se ubican Uruguay (0,45%), Chile (0,34%), México (0,30), Colombia (0,20%) y Paraguay (0,16%) (RICyT).
La característica definitoria de la Argentina -común a la región latinoamericana- es la baja incidencia del sector privado en la inversión total en CyT. Aproximadamente 6 de cada 10 pesos que se invierten en actividades científicas y tecnológicas se explican por el financiamiento estatal. La distancia es aún mayor si se observa la absorción de recursos humanos (investigadores, personal técnico, becarios/as): de cada 10 personas dedicadas a este tipo de actividades, 8 se desempeñan en algunas de las instituciones públicas que integran el complejo científico-tecnológico argentino. En nuestros países el principal inversor en ciencia y tecnología no son las empresas privadas sino el Estado. Las actividades y sectores productivos con un alto contenido tecnológico requieren de un volumen de inversiones sostenido durante largos períodos de tiempo, por lo que son los Estados los que asumen el financiamiento –directa e indirectamente- para el desarrollo de áreas con alto riesgo técnico y/o comercial.
La “Encuesta sobre I+D del sector empresario argentino” para el año 2021 (Dirección Nacional de Información Científica- Ministerio de Ciencia, Tecnología e Innovación), revela que el sector privado (empresas y/o bancos, entidades sin fines de lucro y universidades privadas) ejecutaron el 39% de la inversión en actividades de I+D (0,20% en relación al PBI). La participación privada se encuentra significativamente por debajo de la que se observa, por ejemplo, en Israel que alcanzó el 5,06% del PBI, Corea del Sur el 3,90%, Estados Unidos el 2,68% y Japón el 2,59%. En todos los países seleccionados el sector empresarial explica más de las tres cuartas partes de la inversión total (pública y privada).
La incidencia de las empresas en términos de financiamiento de la I+D en Argentina es significativamente más relevante de la que tienen en el empleo de recursos humanos: el 78% del personal en I+D en Argentina se desempeña en instituciones públicas -tanto universidades como organismos de CyT-. La proporción de recursos humanos que aporta el sector empresario a la I+D total del país es relativamente baja (16%) aunque con una tendencia de crecimiento sostenido en los últimos años (Dirección Nacional de Información Científica- Ministerio de Ciencia, Tecnología e Innovación).
Nada nuevo bajo el sol
“Ciencia y tecnología no son lujos de los que se puede prescindir
sin consecuencias mayores; son
elementos esenciales de nuestra independencia y soberanía nacional” (Sábato, 1971: 11)
Definitivamente, la experiencia argentina y el contraste con los países que atravesaron trayectorias exitosas de desarrollo, reflejan que el vaciamiento del sistema público de investigación y la privatización de sus organismos constituyen un camino de difícil retorno -y seguro fracaso- que perjudicaría -más de lo que beneficiaría- al sistema científico y tecnológico nacional.
Jorge Sábato es uno de los intelectuales que mayor volumen intelectual y riqueza de ideas aportó a la corriente de Pensamiento Latinoamericano en Ciencia, Tecnología y Desarrollo (PLACTED). En el primer capítulo de sus Ensayos en campera -hace más de 50 años- se propuso combatir uno a uno los mitos, paradojas y sofismas que perturban y actúan paralizando un proceso sumamente necesario para nuestro país: el de estructurar una capacidad técnico-científica propia. “En la Argentina no se puede hacer ciencia porque no hay recursos”; “no podemos hacer ciencia porque no somos creadores”; “este país es demasiado chico para poder realizar desarrollos tecnológicos importantes”; “para qué crear aquí, si resulta más sencillo, barato y seguro importar el conocimiento”; “somos una sociedad pobre, no podemos darnos el lujo de gastar en ciencia”.
En 2023 -en plena campaña electoral- se vocifera: “Que la ciencia y la tecnología queden en manos del sector privado. (Que los investigadores) se ganen la plata sirviendo al prójimo con bienes de mejor calidad y mejor precio. ¿Qué productividad tienen?, ¿qué han generado? No se nota su aporte al desarrollo económico y social”.
La historia de la ciencia en Argentina ofrece tantos argumentos como ejemplos ante la falacia del mesianismo liberal. Mejor ofrecer algunas razones -parafraseando a Sábato- por las que consolidar -antes que destruir- la trayectoria científica nacional: para tener capacidad de decisión propia ante los desafíos que supone el aprovechamiento de nuestros recursos naturales, la transición energética y la sostenibilidad medioambiental; para cualificar lo producido; para proteger la vida y la salud; para crear confianza en nuestras propias fuerzas.
* El autor (bainottiandres@gmail.com) es Licenciado en Ciencia Política (UNL).
** Quien suscribe es becario doctoral del CONICET 2020-2026 (IHUCSO-UNL).