Marxismo y feminismo: ¿compatibles o irreconciliables?

Marxismo y feminismo: ¿compatibles o irreconciliables?

Por Katia Ingerman // 

Como resalta Salvador Giner (2001), para Marx el capitalismo implica la esclavización de la sociedad a través de la estructura económica, de acuerdo a un tipo particular de explotación del hombre por el hombre, que se expresa en la retribución insuficiente del trabajo humano con el salario, combinada con la posesión privada de los medios de producción.

Este sistema económico se basa en una división de clases entre el proletariado, o clase obrera, y la burguesía, o clase propietaria de los medios de producción. De acuerdo a Anthony Giddens (1998), estas clases se encuentran en constante contradicción y conflicto debido a la dominación y opresión – de distintos tipos – que se ejerce en el capitalismo entre los humanos.

Estas relaciones de dominación y opresión dentro del capitalismo no sólo se desarrollan entre burgueses y proletarios: podría decirse que el patriarcado también constituye un conjunto de relaciones de dominación funcionales al capitalismo ya que, de acuerdo a Marta Fontenla (2009), “en términos generales, el patriarcado puede definirse como un sistema de relaciones sociales sexopolíticas basadas en diferentes instituciones públicas y privadas y en la solidaridad interclases e intragénero instaurada por los varones, quienes como grupo social y en forma individual y colectiva oprimen a las mujeres también en forma individual y colectiva, y se apropian de su fuerza productiva y reproductiva, de sus cuerpos y sus productos, sea con medios pacíficos o mediante el uso de la violencia” (pp. 260).

Históricamente, los movimientos feministas han entendido al patriarcado como una construcción histórica y social y, por ello, han buscado constantemente las posibilidades de transformarlo en un sistema social justo e igualitario. A lo largo de esta búsqueda compleja, han surgido distintas corrientes feministas que debatieron sobre la articulación entre patriarcado y capitalismo (Fabbri, 2013): ¿es uno más importante que el otro? ¿debe lucharse contra ambos a la par? ¿se puede abolir uno sin abolir el otro? A lo largo de este trabajo, intentaremos exponer las diversas visiones en torno a este debate con el fin de esbozar una respuesta a estos y otros interrogantes.

Patriarcado y capitalismo: ¿parte de un mismo proceso?

Friedrich Engels afirma que “la división entre trabajo manual e intelectual, entre el campo y la ciudad, entre la mujer y el hombre; la propiedad privada, y junto con esto el patriarcado, fueron la base de la división de la sociedad en clases sociales y, por tanto, de la explotación del trabajo de unos individuos por otros, de unas clases por otras” (Grupo Taller “Entre mujeres”, 2009: 9).

Esta corriente feminista, al igual que muchas otras, plantea que a lo largo de la evolución humana se han desarrollado distintas formas de familia y sistemas de parentesco. En un primer momento, los humanos practicaban la recolección, la caza y la pesca, se agrupaban en pequeñas colectividades por lazos de parentesco y cooperaban entre sí para sobrevivir. Las tareas se dividían por aptitudes o por sexo, pero todos trabajaban a la par y no había propiedad privada. Más adelante, con los primeros progresos técnicos, los pueblos se diferenciaron entre agrícolas y pastores, se desarrolló el comercio y la provisión y variedad de alimentos fue garantizada. El desarrollo de la producción exigió la división social del trabajo, diferenciándose una minoría encargada de dirigir, investigar nuevas técnicas y organizar el trabajo, mientras que la gran mayoría siguió totalmente dedicada al trabajo manual. De esta forma, surgió la división entre trabajo manual e intelectual y entre dirigentes y dirigidos, quienes, con el tiempo, fueron apropiándose de las tierras y los bienes de la comunidad.

Como consecuencia del surgimiento de la propiedad privada, las economías particulares fueron creciendo desigualmente por fuera de lo que hasta entonces había sido la economía única de la tribu. En este sentido, las familias se fueron cerrando cada vez más y se produjeron nuevas divisiones del trabajo entre varones y mujeres que, en su evolución, delimitaron dos áreas diferenciadas: una de lo público (la economía, la política y la guerra), que fue asignada a los varones; y otra de lo privado (del hogar y la familia, aislado de la producción social), que fue asignada a las mujeres. El trabajo que las mujeres realizaban para la comunidad fue reemplazado por otro trabajo privado para la familia, reduciendo la autoridad, el respeto y la libertad de la que habían gozado anteriormente. De esta forma, los varones pasaron a ocupar un lugar preponderante también en la casa, iniciando la dominación patriarcal en la familia. (Grupo Taller “Entre mujeres”, 2009). “A lo largo de la historia, se sucedieron – y coexistieron – sociedades basadas en los distintos modos de producción con explotación de clases – esclavismo, feudalismo y el capitalismo, actualmente en su fase imperialista. El patriarcado fue adaptándose a cada uno de estos particulares sistemas de explotación, opresión y violencia. Fue funcional y respaldado por ellos. Así, las mujeres fueron las más explotadas, las que condensaron los mayores sufrimientos” (Grupo Taller “Entre mujeres”, 2009: 13-14).

Estas corrientes plantean que la mayoría de las mujeres sufre una “doble opresión”: de clase (ya que la mayor parte de la población es proletaria), y de género (por ser mujer). En algunos casos, también sufren discriminación por la etnia a la que pertenecen. Es por esto que, para estas corrientes feministas marxistas, la revolución no es posible sin la participación activa de las mujeres, quienes deben estar a la cabeza de la lucha por la construcción de una sociedad sin explotación ni opresión de clases o de género. En este sentido, la lucha contra el patriarcado debe ir a la par de la lucha contra el capitalismo.

Sin embargo, como señala Fabbri (2013), otras corrientes feministas elaboraron críticas a esta postura ya que, en su lucha por la construcción del socialismo, encontraron entre sus compañeros y compañeras, en sus organizaciones y sindicatos, y en sus referencias teóricas e ideológicas, posturas que reconocen la importancia de la opresión hacia las mujeres, pero la subordinan a la lucha contra el capitalismo.

En esta línea encontramos a Heidi Hartmann (1985), quien sostiene que la relación entre marxismo y feminismo siempre fue desigual ya que la lucha feminista queda subsumida bajo la lucha “más amplia” contra el capitalismo. Es por esto que la autora encuentra necesario recurrir no sólo al método histórico y materialista del marxismo sino también a un análisis feminista para entender el desarrollo de las sociedades capitalistas occidentales y la difícil situación de las mujeres al interior de las mismas. En este sentido, disiente con las posturas marxistas tradicionales– quienes afirman que el socialismo liberaría a la mujer de esa “doble opresión” – ya que considera que no se ocupan de cómo y por qué es oprimida la mujer como mujer y, al suponer que el capital y la propiedad privada no son la causa de la opresión de la mujer como mujer, su abolición y la instauración del socialismo no provocarán el fin de esta particular opresión hacia la mujer.

Para Hartmann, es indudable que el capitalismo se beneficia del trabajo doméstico de la mujer ya que ésta produce y mantiene trabajadores sanos. Sin embargo, los varones, como maridos y padres, también se benefician al recibir unos servicios personalizados en casa. De este modo, para esta autora, los varones también tienen un interés material en que continúe la opresión de la mujer. Es por esto que la metodología marxista puede ser utilizada para formular una estrategia feminista, siempre y cuando la lucha feminista quede en un primer plano, y no esté relegada a la lucha contra el capitalismo (Hartmann: 1985).

En síntesis, para autoras como Hartmann, “una sociedad puede sufrir una transición del capitalismo al socialismo, por ejemplo, y seguir siendo patriarcal” (1985: 14). Es por esto que la autora plantea que “la lucha contra el capital y el patriarcado no tendrá éxito si se renuncia al estudio y a la práctica de las cuestiones del feminismo. Una lucha dirigida sólo contra las relaciones capitalistas de opresión estará condenada al fracaso, ya que se pasarán por alto las relaciones patriarcales de opresión que le sirven de base y el análisis del patriarcado es esencial para una definición del tipo de socialismo capaz de destruir el patriarcado, el único tipo de socialismo útil para la mujer” (Hartmann, 1958: 27).

Para Hartmann, en esta lucha contra el capitalismo y el patriarcado, las mujeres no deben permitir que la lucha feminista quede subsumida dentro de la lucha contra el capitalismo y, para ello, debe reconocerse que el socialismo debe ser una lucha en la que se alíen grupos con distintos intereses. Es necesario que las feministas organicen una práctica que dirija la lucha contra el patriarcado y la lucha contra el capitalismo. En palabras de Hartmann, “debemos insistir en que la sociedad que queremos crear es una sociedad en la que el reconocimiento de la interdependencia sea liberación y no temor, en la que la educación sea una práctica universal y no una práctica opresiva, y en la que la mujer no siga soportando tanto las falsas como las concretas libertades del hombre” (Hartmann, 1958: 28).

En clara oposición a la postura de Hartmann, Iris Young (1992) escribe una crítica a la concepción de que el sistema del capitalismo y el sistema del patriarcado son dos sistemas separados e igual de importantes. Para Young, en oposición al sistema dual, “…el proyecto del feminismo socialista debe ser el desarrollar una teoría única, aprovechando lo mejor del marxismo y del feminismo radical, para comprender el patriarcado capitalista como un sistema en el cual la opresión de la mujer es un atributo central” (1992: 1).

Como resalta Young (1992), las teorías del sistema dual afirman que las relaciones patriarcales designan un conjunto de relaciones independiente de las relaciones de producción descritas por el marxismo tradicional. Esta visión presenta, para la autora, algunos problemas. En primer lugar, deshistoriza y universaliza la opresión de la mujer, no logrando dar al sistema patriarcal el mismo peso e independencia que al sistema capitalista ya que atribuye todas las relaciones sociales concretas al sistema económico. Por otra parte, no permite evidenciar correctamente el carácter y el grado de opresión específica de las mujeres, en tanto tales, por fuera de la familia. Además, teniendo en cuenta que el marxismo tradicional es “ciego” al género, si aceptamos la teoría del sistema dual estamos reconociendo que la cuestión de la mujer es un mero anexo a las cuestiones del ámbito económico.

Desde la postura de Young, si el marxismo tradicional no tiene cabida teórica para el análisis de las relaciones de género y de la opresión de la mujer, se trata, pues, de una teoría inadecuada para la producción. En este sentido, propone elaborar una teoría superadora que considere las relaciones materiales de una formación histórico – social particular como un sistema único en el cual la diferenciación de género es un atributo tan central como el concepto de clase social.

A modo de cierre: en busca de una verdadera emancipación

Hasta aquí se desarrollaron algunas de las posturas feministas en torno a la compleja relación entre marxismo y feminismo. Este debate sigue teniendo vigencia incluso en la actualidad y suele ser un tema de discusión en cada reunión de mujeres feministas, como el Encuentro Nacional de Mujeres. También conforma un tema controversial en el propio seno de los partidos de izquierda y debe tenerse en cuenta a la hora de pensar las nuevas estrategias para conquistar derechos de los movimientos sociales de mujeres en la actualidad, trabajados por Graciela Di Marco (2011).

En mi opinión, al ser el marxismo y el feminismo movimientos que apuntan a la emancipación de la sociedad en su conjunto, no pueden ser contradictorios y deben entenderse como partes de un mismo proceso. Es necesario que los movimientos de izquierda comprendan la importancia de ambas luchas y que ninguna quede subordinada en pos de la otra. Sin embargo, también deben tenerse en cuenta las luchas de los pueblos originarios, de los grupos étnicos, del movimiento LGBT y de todos los oprimidos en nuestra sociedad actual ya que, en caso contrario, nunca podrá lograrse una verdadera emancipación de la humanidad.

* Katia Ingerman es estudiante de la Licenciatura en Ciencia Política de la Universidad Nacional del Litoral.


Bibliografía

  • DI MARCO, Graciela (2011): El pueblo feminista. Movimientos sociales y lucha de las mujeres en torno a la ciudadanía, Buenos Aires, Biblos.
  • FABBRI, Luciano (2013): Apuntes sobre feminismos y construcción de poder popular, Rosario, Puño y Letra.
  • FONTENLA, Marta Amanda (2009): “Patriarcado” en GAMBA, Susana Beatriz (coord.): Diccionario de estudios de género y feminismos, Buenos Aires, Biblos.
  • GUIDDENS, Anthony (1998): “Capítulo primero” en El capitalismo y la moderna teoría social, Barcelona, Idea Books.
  • GINER, Salvador (2001): “Capítulo 5. Conflicto social y emancipación humana: Karl Marx y Friedrich Engels” en Teoría sociológica clásica, Barcelona, Ariel.
  • Grupo Taller “Entre nosotras” (2009): Mujeres, nuestras vidas, nuestras luchas, Buenos Aires, Ágora.
  • HARTMANN, Heide (1985): “El infeliz matrimonio entre marxismo y feminismo: hacia una unión más progresista”, Teoría y Política Nº 12/13, enero – junio (pp.5-30), España.
  • Real Academia Española (2014): “Capitalismo” en Diccionario de la lengua española, disponible en [http://dle.rae.es/?w=capitalismo&m=form&o=h], consultado el (07/11/15).
  • YOUNG, Iris (1992): “Marxismo y Feminismo: más allá del ‘matrimonio infeliz’ (una crítica al sistema dual)”, El cielo por asalto, Año II, Nº 4, otoño/invierno (pp. 40-56).

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