Milton Friedman en Beijing

Milton Friedman en Beijing

Por Luciano Moretti //

En 1988, el reconocido y premiado economista Milton Friedman fue invitado por las autoridades del Partido Comunista de China para brindar una conferencia sobre reforma económica. Lo sorpresivo de este evento fue la pasión con que fueron recibidas las ideas de Friedman, a punto tal que, luego se entrevistara de manera privada con el Secretario General del PCCh por más de dos horas, y el mismo lo acompañara hasta la puerta de su auto, demostrando el gran respeto que tenía por el Nobel en economía. ¿Por qué las autoridades de la potencia “comunista” del momento buscaría consejos de política económica en el padre del neoliberalismo?

Un poco de contexto histórico

En 1978, el pleno del Comité Central del Partido Comunista de China (PCCh), bajo las directivas de Deng Xiaoping aprueba el programa de “reforma y apertura”. Esto da comienzo a una nueva etapa en la historia del país cuyos impulsores autodenominaron de “desarrollo de una economía de mercado socialista”, un eufemismo ideológico para no hablar sencillamente de capitalismo (Li 2016). Tales eventos marcan el balance de la profunda lucha por el poder que sacudió a China durante los años 1976-78 y de quienes fueron los sectores que emergieron victoriosos. Luego de la muerte de Mao, líder histórico de la revolución, sus partidarios fueron desplazados del poder y reemplazados por aquellos dirigentes históricos que habían sido perseguidos durante el período de la Revolución Cultural. El conjunto de ideas que portaban aquellos dirigentes se resumía en la idea de que “no importaba el color del gato siempre y cuando cazara ratones”. Es decir que, en su concepción económica se privilegiaba más la productividad y el crecimiento que las características ideológicas entorno al trabajo y la producción. Lentamente, se propusieron restaurar el rol de China en la economía mundial mediante el desarrollo intensivo de las fuerzas productivas, sin importar “el color” ideológico.

Bajo esta concepción más pragmática de desarrollo, el programa de reforma económica y política planteó el ingreso de China al mercado mundial y posibilitó el ingreso de capitales extranjeros, en el marco de un modelo de Globalización promovida por el Estado (Ye 2020). Así, China puso a disposición de estos capitales a su enorme clase obrera y su capacidad técnica y productiva a cambio del ingreso a redes de comercialización global y de transferencias tecnológicas para sus empresas. Posibilitando el “milagro” de la recuperación económica China, con altas tasas de crecimiento económico que se sostuvieron de manera ininterrumpida hasta el día de hoy. Sin embargo, esto no sucedió sin resistencias ni luchas. Desmantelar el pacto social socialista se convirtió en el primer objetivo del nuevo régimen.

Dentro de los principales objetivos de este período se encontraba la introducción de mecanismos de mercado como estabilizador de los precios de la economía, principalmente del mundo del trabajo y del consumo interno. Así, como primera medida, se implementaron nuevas regulaciones para el trabajo rural, que en los hechos desmantelaron el sistema comunal (socialista) y permitieron la privatización de la tierra. La liberación de los precios de los productos agrícolas permitió un incremento del excedente que se apropiaban los productores por lo que estas medidas fueron recibidas con agrado. El desmantelamiento de las comunas “liberó” a una enorme cantidad de trabajadores que migraron del campo a la ciudad en busca de puestos de trabajo (Li 2016).

Mientras tanto, el gobierno del PCCh promovió las llamadas “zonas especiales”, un conjunto de ciudades y regiones donde se habilitó la radicación de capitales extranjeros, siendo las zonas Shenzhen-Hong Kong y la de Shangai las de mayor éxito relativo. En esto fueron claves las relaciones de la elite local con la llamada periferia China radicada en Hong Kong, Singapur y Taiwán que sirvieron de vasos comunicantes con los capitales de occidente (Hung 2016). Desde el punto de vista sistémico la incorporación de China a la Economía-Mundo Capitalista constituyó una fuente extraordinaria de nuevos factores de producción relativamente baratos puestos a disposición de los grandes monopolios trasnacionales (Arrighi and Zhang 2010).

Las clases medias (profesionales e intelectuales) de las ciudades recibieron con buenos ojos el conjunto de reformas promovidas por el gobierno porque vieron en ellas la posibilidad de acceder a los bienes y servicios que disfrutaban sus pares de los países centrales.

En este contexto, el aumento del consumo de bienes importados y la necesidad de adquirir bienes de capital en el exterior generaron un creciente déficit externo que fue subsanado en parte con deuda externa. Sin embargo, para no quedar capturada por las redes financieras de occidente, se mantuvo un estricto control sobre el comercio exterior y el ingreso de capitales, al mismo tiempo que se intensificó el ritmo de sus exportaciones (Petry 2020). La necesidad de obtener las divisas necesarias para motorizar el proceso de modernización condujo a una radicalización del programa de reformas. Se requería, por un lado, terminar con el peso de las empresas estatales y de los beneficios que gozaban sus trabajadores, y por el otro, avanzar en la mercantilización del acceso a bienes y servicios a través de mecanismos de mercado. Esto implicaba liberar absolutamente todos los controles de precios internos para acomodarlos a la tasa de ganancia de los capitalistas. El resultado fue una espiral inflacionaria que desencadenó los eventos de 1989, año de la masacre de Tiananmen.

Fue en el marco de este proceso que los intelectuales y los policy makers chinos se volcaron hacia nuevas fuentes de inspiración, para resolver los acuciantes problemas de una naciente economía de mercado. De allí que solicitaran la presencia de Milton Friedman.

El extraño caso de los comunistas que admiraban a Friedman

Fue durante el año de 1988 que Zhao Ziyang, Secretario General del PCCh había recibido con honores, y por segunda vez en el país, a Milton Friedman. Quien, en 1976 había sido galardonado con el Premio Nobel en economía, por sus aportes en análisis del consumo, teoría económica y por demostrar la complejidad de implementar las políticas de estabilización macroeconómica, y ya era una figura reconocida mundialmente como el padre del neoliberalismo. Friedman fue consultado por su expertise en enfrentar la inflación. Sus ideas sobre el libre mercado generaron tal entusiasmo que, al año siguiente, se impulsó una política de shock sobre los precios, tal como había recomendado el economista neoliberal. Dado que China estaba atravesando un período de estabilización y mercantilización, se presentaban desafíos económicos para los cuales los intelectuales chinos no se encontraban preparados, el interrogante principal era cómo impulsar desde el accionar estatal una economía de mercado cuyos precios sean estables. El diagnóstico que tenía Friedman sobre el caso de China cuestionaba la idea principal de los economistas del PCCh quienes planteaban la existencia de características especiales a las que se enfrentaban, la particularidad China. Friedman afirmó que todos los países creen que sus circunstancias son especiales, pero es necesario aceptar los principios del libre mercado a pesar de todo.

Es en base a este tipo de diagnósticos, y, sobre todo, a la situación macroeconómica conflictiva anteriormente descripta que, en 1989, los encargados de la política de precios deciden encarar la desregulación de los precios internos. Sin embargo, esto se hizo siguiendo una forma particular. Dentro del marco regulatorio que proponía el Estado cada empresa debía cumplir con una cuota de producción que debía venderse en el mercado local a los precios establecidos. Lo que se implementó no fue la desaparición de esas cuotas, sino que se autorizaba a las empresas a que una vez cumplidas esas cuotas podrían vender el resto de su producción excedente a precio de mercado, es decir, lo que indicara la oferta y la demanda. Este giro abrupto en la política de precios, en el contexto de una  terapia de shock general (liberar precios, limitar la emisión y reducir el gasto público) aceleró el incremento del costo de vida de las clases trabajadoras en las grandes ciudades (Gewirtz 2017). Este proceso inflacionario se combinó con una ofensiva reaccionaria sobre la legislación laboral vigente en las empresas del Estado. Dicha reforma desmanteló el convenio colectivo de trabajo terminando con el control obrero de la producción y de los ritmos de trabajo, permitiendo los despidos, reduciendo los aportes jubilatorios y posibilitando la producción sobre la base de estímulos materiales particulares. El malestar social fue en incremento y algunas de las particularidades del caso chino, que Friedman desestimó en función de abrazar plenamente el libre mercado, comenzaron a manifestarse.

Este fue el caso de las clases medias, en particular la juventud universitaria, quienes se pusieron a la cabeza de los reclamos democráticos, entendiendo que las reformas económicas debían ser acompañadas de una reforma política que instaurase una democracia liberal al estilo occidental. Para ser claros, estos jóvenes acompañaban en general el conjunto de reformas económicas promovidas por el PCCh, pero reclamaban su participación en la administración política del país. En los eventos de la plaza de Tiananmen confluyeron los estudiantes junto con los obreros de las ciudades que reclamaban poner un freno a las reformas económicas. Este movimiento obrero había quedado golpeado y desorganizado políticamente luego de la derrota de la Revolución Cultural (Li 2008). La revuelta de 1989, fue un cimbronazo para la elite dominante, que encontró a la cúpula del PCCh dividida. A pesar de estas condiciones favorables para la rebelión, bajo la dirección de las clases medias que titubearon frente a la solidaridad de la clase obrera, la revuelta fue finalmente derrotada. La dirección del ejército, bajo las órdenes de Deng, reprimió violentamente a los obreros dando fin al episodio en las icónicas imágenes de los tanques ingresando a la plaza.

Luego de ello, Zhao Ziyang fue acusado de conspirar con poderes foráneos para derrocar al PCCh del poder, además fue marcado como responsable de la represión en Tiananmen, hechos a los que él se opuso en su momento. Finalmente fue purgado de la dirección del partido. Como resultado de estos eventos, los reclamos por libertad política se aplacaron, aunque la dirección del PCCh aprendió que no le sería fácil implementar sus reformas y debieron dar marcha atrás en la liberación de precios. Aparentemente, Friedman estaba equivocado y si existían ciertas particularidades en el caso chino que debieron ser tenidas en cuenta, sobre todo el poder de su clase obrera. Sin embargo, no sería la última vez que el economista neoliberal visitara China, en 1993 retornó al país para reuniones oficiales con autoridades del PCCh. La convicción de la clase dominante china de consolidar el rumbo elegido se consolidó en esos años de bonanza económica.

También la revuelta colocó en su lugar subsidiario a los intelectuales que renegociaron su rol como administradores de la explotación capitalista sin cuestionar la hegemonía del partido.

Este episodio terminó de consolidar la alianza entre la élite burocrática del partido y las clases medias, reafirmó la hegemonía del PCCh y consolidó el régimen de partido único con sus particularidades autoritarias y represivas. A partir de ese momento, el PCCh abrió progresivamente la participación a nuevos sectores sociales dentro del partido, dejando de ser el partido de vanguardia de la clase obrera, cuyo motor principal fuera la lucha de clases, para convertirse formalmente en el partido de las fuerzas productivas de China, incluyendo a obreros, empresarios e intelectuales en sus filas (Rosales 2020).

La visita de Friedman puede ser algo anecdótico, no es la intención de este artículo adjudicar ninguna responsabilidad en los eventos subsiguientes a su visita a China. Sin embargo, si es de resaltar el diagnóstico sobre el caso chino, que expresa cabalmente un espíritu de época y una concepción del mundo. Ese mundo plano, globalizado, abierto a las fuerzas del mercado, sin particularidades sociales, ambientales, políticas ni ideológicas que Friedman resume en la idea de “todos los países creen que son especiales”, es parte del pensamiento vigente en las principales elites del mundo capitalista. A pesar de ello, los movimientos sociales y en particular las clases obreras de todas partes del mundo han demostrado una y otra vez que la fuerza motriz de la historia no se encuentra en el mundo abstracto de las “fuerzas del mercado” sino en el poder transformador de la lucha de clases. Esa fue la enseñanza que sacaron los “comunistas” chinos de la experiencia de Tiananmen (que casi les cuesta todo), avanzar hacia la liberalización y mercantilización de la sociedad, como una política promovida por el Estado, requirió desde entonces “cruzar el río pero sintiendo las piedras del lecho”.

* El autor (luciano.moretti3@gmail.com) es Licenciado en Ciencia Política por la UNL y Doctorando en Estudios Sociales.


Referencias

  • Arrighi, G., and L. Zhang. 2010. “Beyond the Washington Consensus: A New Bandung?” Pp. 25–57 in Globalization and beyond: New examinations of global power and its alternatives, edited by J. Shefner and P. Fernández-Kelly. Pennsylvania: Penn State University Press.
  • Gewirtz, Julian. 2017. “The Little-Known Story of Milton Friedman in China.” Cato Policy Report 39(5).
  • Hung, Ho-fung. 2016. The China Boom : Why China Will Not Rule the World. COLUMBIA UNIVERSITY PRESS.
  • Li, Minqi. 2008. The Rise of China and the Demise of the Capitalist Wolrd-Economy. Pluto Press.
  • Li, Minqi. 2016. China and the Twenty First Century Crisis. London: Pluto Press.
  • Petry, Johannes. 2020. “Financialization with Chinese Characteristics? Exchanges, Control and Capital Markets in Authoritarian Capitalism.” Economy and Society 49(2):213–38.
  • Rosales, Osvaldo. 2020. El Sueño Chino. Buenos Aires: Siglo XXI.
  • Ye, Min. 2020. The Belt and Road and beyond. State-Mobilized Globalization in China: 1998-2018. New York: Cambridge University Press.

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