En conmemoración de la lucha feminista y de todas las mujeres que dedican su vida a la enseñanza, Revista Politikón entrevistó a Mónica Billoni, filósofa, maestra, amante de las artes y de la literatura. Recuperamos la historia de vida de una mujer que ha marcado la trayectoria de muchas y muchos estudiantes que asistieron a sus clases y sintieron el amor y la pasión que se despliegan cada vez que entra al aula y comienza a dar sus tan singulares clases de teoría política. En una charla con la simpatía e inteligencia que la caracterizan, nos compartió su historia de vida. Una historia de vida con la que, particularmente las mujeres estudiantes e investigadoras, podemos identificarnos.
¿Cómo te definirías en lo que respecta al ámbito académico?
Yo no soy una investigadora propiamente dicha. Yo investigo lo que haga falta para armar mis clases, para pensar mi materia pero yo soy básicamente una profesora y disfruto dando clases. Soy una gran lectora, me gusta escribir también pero sufro mucho haciéndolo, siempre me parece que lo que yo digo ya está dicho, y los trabajos de investigación no me gustaban, al punto que renuncié. Yo estaba calificada en la Universidad, tenía la categoría III de investigadora y decidí que no quería seguir en ese sistema que me obligaba a escribir “papers y papers”.
Ahora sigo leyendo muchísimo para preparar mis clases, para dar siempre un seminario extra que es lo que te mantiene viva, te estimula, porque las clases son un poco repetitivas pero en cambio los seminarios son distintos. Ahora estoy me preparando para dar un seminario sobre las revoluciones modernas: inglesa, norteamericana y francesa. Estoy indagando acerca del laboratorio de ideas políticas en los procesos revolucionarios. Un poco los intelectuales y la revolución, y lo voy a dar en Rosario y probablemente algo acá en Santa Fe también. El año pasado preparé uno de literatura, política y arte que al final no se dió. O sea, siempre estoy inventando cosas, me mantengo ágil, que me obliguen a explorar terrenos que no son tan “pan comido” para mí. Yo creo que por ejemplo en arte e historia del arte soy una autodidacta, leí mucho, he visto mucho cine y literatura y ya puedo volcar en una audiencia estudiantil lo que sé. Pero quiero decir que todo esto son exploraciones un poco que uno hace para no “achancharse”. Sería horrible… aburrido. Yo creo que soy buena dando clases pero básicamente porque la paso muy bien dando clases. Entonces cuando uno está bien dando clases trasmite al alumno esa alegría.
¿Notó dificultades en el trascurso de su carrera?
Bueno, dificultades como mujer… las que quieran, las que quieran. Una vez preguntaron, no me acuerdo dónde, si había padecido acoso sexual alguna vez. Yo me puse a pensar y sí. Yo no pude entrar a trabajar en un Instituto en Barcelona porque mi contacto era un “señor” que me dijo: “o te acostas conmigo o nada” y eso frenó cualquier intento de ingresar a la academia. Después, tuve que postergar muchas cosas por una maternidad temprana, el divorcio me afectó porque una sabe que no está casada para siempre pero son cosas que cuando pasan te pone mal. Pero por otro lado me acuerdo de algo que decía un gran tipo que conocí en Barcelona que era Oscar Masotta, él decía: “la vida es mucho más flexible que lo que uno cree”. Y es verdad. Una no está destinada rígidamente a hacer “tal cosa”. Se puede cambiar, las circunstancias cambian, los gustos, las elecciones, y es mucho más fácil de lo que uno cree aprender otras cosas. Tengo algunas asignaturas pendientes, la música por ejemplo. Siempre me encantó cantar y he cantado en coros. Cuando me jubile voy a tocar el piano y cantar.
¿Quiénes fueron las referencias teóricas o epistemológicas que influyeron en tu carrera?
Primero el marxismo. Como buena hija de fines de los 60s y 70s el encuadre teórico-metodológico, mi cosmovisión del mundo pasó primero por el marxismo. Siempre se trató de un Marx comentado, digamos así, por gente muy fantástica, muy inteligente: Althusser, Gramsci. Yo soy una gran lectora de Marx, una lectora bastante fina, sutil. Pero también he leído el Marx de Althusser, el Marx de Gramsci, el Marx de Adorno, y de Frankfurt. Eso en un principio. Después me fui alejando con la famosa crisis del marxismo. Cuando se empieza a hablar esto, yo vivía en España y allí por primera vez empecé a frecuentar algunos círculos que eran de un marxismo pero ya diría de un posmarxismo. Que remiten al Viejo Topo por ejemplo, que fue una revista extraordinaria en la transición española. Yo tenía contacto con gente del Viejo Topo, alejada del marxismo, sobre todo del dogmatismo del marxismo, ese marxismo casi religioso que era la única manera de interpretar la realidad. Me fui dando cuenta que ese enfoque era equivocado. Y entonces, a partir de ahí, empecé a manejarme eclécticamente, yo creo que la posmodernidad es ecléctica y el eclecticismo no está mal. Uno toma, usa cosas de unos, de otros.
En materia de filosofía siempre me gustó Kant, soy una kantiana en muchos sentidos. Pero después me gusta mucho, por ejemplo ahora, toda la corriente que se llama Intellectual History: Skinner. El tratamiento de los clásicos que tiene la Intellectual History me gusta mucho. Tardíamente me formé en los clásicos de la Sociología. He leído tarde a Simmel, a Durkheim, a Elias, en mi formación de posgrado y me ha gustado mucho, y me ha costado mucho también. Hoy en día mi visión del mundo es una “mezcolanza” de todo eso, no tengo patrones claros. Vieron que la posmodernidad es fragmentaria, bueno, en ese sentido soy posmoderna.
Retomando a Donna Haraway podemos pensar que lo que una ve y dice está directamente vinculado a las propias especificidades y posiciones en el campo de poder. En cada uno de sus textos ella remarca que escribe en tanto mujer de determinada edad, euro-estadounidense, catedrática, feminista, de clase media, que trabaja con estudiantes en un campo universitario con determinadas características. Retomando la importancia que tiene ese “lugar” desde el que se habla pero también la trayectoria de vida de quien lo hace, con sus especificidades ¿Cuál sería el lugar de Mónica Billoni?
Este año estoy cumpliendo 50 años de trayectoria en la Universidad. En el año 1967 empecé a estudiar Filosofía en Rosario, en la Facultad que se llamaba Facultad de Filosofía en esa época. Lo que había estudiado antes en el secundario fue el magisterio y coincidió con mi propia trayectoria biográfica personal. Yo vengo de una familia de maestras: mi madre era maestra, mis tías, tanto maternas como paternas, también. Era una familia de clase media-media pero bastante ilustrada. Entonces, toda mi infancia estuvo llena de lecturas, de cuentos. Antes de que yo aprendiera a leer, mis tías y mi madre me leían, me inventaban… De todas formas, aprendí a leer enseguida para poder leer sola todos esos libros que me encantaban. En esa época nos enfermábamos mucho los niños porque no había vacuna contra el sarampión, contra la varicela, etcétera. Entonces cada vez que uno se enfermaba ¿qué me regalaban a mí? Un libro. Libros que me los devoraba y que me encantaban.
El secundario para mí fue difícil porque me había vuelto bastante rebelde. El golpe militar que derroca a Illia y luego la famosa Noche de los Bastones Largos donde se produce la expulsión de profesores de la Universidad a mí me “pesca” en quinto año del secundario, muriéndome de rabia por no estar en la Universidad y poder ir a todas las manifestaciones de protesta y demás. Tuve problemas en este último año aunque yo era muy buena alumna (por ejemplo me encantaba leerme determinadas materias en marzo, ¿por qué? Porque los libros de historia y de geografía me los leía como un entretenimiento más entonces ya tenía todas las lecciones sabidas). Pero en esa época se hablaba del amor libre y todavía había un mundo puritano que nos decía que las mujeres nos teníamos que preservar para el matrimonio, entonces yo estaba con las banderas del amor libre ahí enarbolada. La directora de la escuela, que era una escuela normal, una escuela laica pero la directora era una especie de monja laica me “llamó al orden”, me pusieron amonestaciones. Gracias a que mi madre, mis tías y todas ellas eran ex alumnas de la misma escuela “zafé”. Yo tenía buenas notas pero muy mala conducta.
Bueno… entro a la Facultad y a partir de ese momento van a venir lo que fueron los tres años más felices en mi vida, los tres primeros años de Facultad. Me divertí como loca. La Facultad era un lugar no tan loco como se decía que había sido en otras épocas porque la dictadura de Onganía era muy represiva y la cosa de la moralina pequeña impregnaba muchos espacios, pero era también la época de la minifalda, de los Beatles, de toda esa revolución de los años 60 que aquí nos llegaba un poco aminorada, pero nos llegaba. La Facultad fue bárbara. Solo que después de los tres primeros años donde yo regularicé todas las materias y demás… ¿qué hice? Me casé.
Y ante esta decisión de vida, ¿Cómo siguió su carrera?
Me casé muy jovencita, con 21 años recién cumplidos, básicamente para irme de mi casa. Me casé y fueron varios años buenos, tuve a mi hijo muy joven, a los 23 años. Eso no me impidió seguir haciendo cosas, de hecho entré en crisis con la carrera de Filosofía y me pasé a la carrera de Historia, entonces así se me alargó la cuestión de acceder al título. Al final primó la sensatez y decidí terminar Filosofía y la carrera de Historia quedó inconclusa. Hice de Historia sólo las materias que me gustaban. En el año 70 muchos de los profesores que habían renunciado en el 66 volvieron a la Facultad y entonces allí tuve la oportunidad de tener grandes maestros. Reyna Pastor, por ejemplo, que es una historiadora extraordinaria fue profesora mía y la disfruté muchísimo. Y en filosofía había tenido grandes maestros también. Uno había sido Adolfo Carpio que sacó el famoso libro. Carpio era un tipo que tenía ideas un poco reaccionarias pero era un gran profesor. Y después estaba Mercado Vera que era un tipo como más progresista, especialista en Hegel, y daba unas clases estupendas. Así que bueno… mi formación universitaria fue muy linda hasta que el 76, el golpe del 76 frustra todo.
Cuando se inicia el Golpe del 76, yo recién había terminado la carrera y estaba iniciándome en la vida académica como ayudante alumna e intentaba empezar a meterme en algunas cátedras y al mismo tiempo trabajaba como maestra. Yo fui maestra de primaria durante muchos años. Fuera de la Facultad ya empezaba toda una moda, que siguió creo durante los años de la Dictadura, que era hacer grupos de estudios particulares. Yo estudié por ejemplo con un personaje fascinante, que se llamaba Raúl Sciarretta que venía de Buenos Aires y gracias a él conocí a Althusser, a Foucault, que en esa época solamente había escrito Historia de la Locura. Todo lo que se llamó el estructuralismo marxista fue realmente una oportunidad, yo era muy curiosa. Después ya hacía cursos de lecturas de El Capital.
Entonces, criaba a mi “hijito”, escuchaba Los Beatles, mis gustos musicales eran muy diversos: Los Beatles, Piazzola y Vivaldi. En alguna agrupación política dónde alguna vez milité me cuestionaron por escuchar música burguesa. Horas discutiendo si Mozart atentaba o no contra la revolución. Yo además mantuve siempre mi condición de lectora de literatura. Yo estudiaba filosofía, estudiaba historia, leía El Capital y me rompía la cabeza con la fórmula de la plusvalía pero leía toda la literatura del boom: Cortázar, García Márquez, Vargas Llosa, Carlos Fuentes y también en esa época empiezo a leer el policial negro norteamericano que siempre me encantó y me sigue agradando. Empecé a leer autores como Proust por ejemplo, Kafka, nunca pude con Joyce. Y con el Golpe me pasan cosas horribles que no vienen a cuento relatar y decidimos con mi marido irnos del país porque entendíamos que nuestras vidas corrían peligro o por lo menos nuestra libertad.
Entonces nos fuimos con un nenito de 4 años, con 3.000 dólares en el bolsillo a Barcelona porque ya teníamos gente amiga que nos había precedido. En octubre del 76 nos fuimos a Barcelona y allí vivimos 8 años. Mi hijo hizo la escuela primaria allá. Y allí no entré al mundo académico, era bastante difícil, bastante cerrado aunque algunas amigas mías argentinas sí lo lograron, pero a mí tampoco me interesaba mucho y entonces comencé a trabajar en el mundo editorial y esa fue otra experiencia de vida interesantísima en donde mi “cholulismo intelectual” se desplegó al extremo, porque a la editorial en la cual trabajaba iban los autores y entonces uno charlaba con Juan Marcé, con los Goytisolos, con todos los autores españoles de ese momento. Conocí por ejemplo al sobrino de Virgina Woof que era el autor de la biografía que publicaba la editorial. Lo conocí a Umberto Eco personalmente, yo corregí El nombre de la rosa, yo hice corrección de la prueba de imprenta de El nombre de la rosa. Esa fue otra experiencia… aprendí un oficio que fue el de corrector de imprenta y de estilo. También tuve la oportunidad de conocer lo que eran los entretelones de un editor.
¿Y el regreso a Argentina?
Decidimos volver ya con la democracia, con Alfonsín, a principios del 84. Yo quería poner una editorial. Pero claro, nuestra economía nunca fue creciente. Así que esas ideas de poner una editorial se frustraron ante la realidad.
Allí se produce mi reingreso a la vida universitaria. Me daba fobia la Facultad de Filosofía, que ya no se llamaba de Filosofía sino de Humanidades. Daba todo un rodeo para no pasar por la puerta y ahí los viejos amigos y amigas jugaron un rol fundamental. Me fueron a buscar a mi casa y me “llevaron a la rastra”. ¿Qué haces vos metida en tu casa?, me decían. Al mismo tiempo, habían empezado las desavenencias con mi marido y entonces ocurrió una cosa muy loca en los años inmediatos. En el 85′, 86′, 87′ entré a dar clases simultáneamente en la carrera de Filosofía y en la de Historia, tuve que estudiar un montón de cosas mientras que me estaba peleando con el que era mi marido y me estaba divorciando y fue todo una mezcla. Mi hijo que entraba en la adolescencia y se tenía que adaptar, más todo lo que hacemos las mujeres, 200 cosas a la vez.
Yo tenía que hacer una formación de posgrado porque no tenía una especialización. Pero bueno, tuve suerte y mala suerte. Me enfermé de asma pero empecé FLACSO que justo vino a Rosario y entonces hice la Maestría en Ciencia Política y ahí decidí que esa era mi especialización, que la Filosofía Política me encantaba y que en ese rumbo iba a seguir. Y entonces efectivamente me inserté en la Facultad, concursé, en medio del divorcio, un cargo de adjunta con nada de antecedentes (me pusieron 7 puntos de antecedentes) pero me fue bien… estaba contenta.
Y después sí, ya me animé a concursar la Teoría Política I de la Facultad de Ciencia Política, pero para eso ya estamos en los 90s, ya con otra formación, divorciada, con el hijo más grande. Ahí tuve grandes maestros también, en la formación de posgrado: Jorge Dotti fue un maestro extraordinario, Portantiero, De Ípola, Dora Barrancos. Después tuve grandes colegas que también fueron muy formativos, la discusión con mis colegas, algunos eran amigos de antes otros después. A Hugo Quiroga lo conocí después, pero trabajar con él, trabajar en su grupo de investigación fue muy formativo, muy educativo. Se aprende el oficio.
Teniendo en cuenta el reconocimiento e importancia que han tenido y se le ha otorgado a los filósofos varones en las currículas así como también en la tradición filosófica-política, ¿Qué lugar ocuparon y ocupan las mujeres?
Obviamente ustedes saben que las mujeres durante siglos y siglos y siglos, estuvimos confinadas a nuestro rol de esposas y madres. Las mujeres filósofas eran casi impensables, pero siempre hubo alguna que “saltó el cerco” como digo yo. Y las hubo. De hecho, muy tempranamente, hay un libro escrito en el siglo XVI o XVII que se llama Historia de las Mujeres Filósofas, y saca a relucir en la antigüedad una cantidad de mujeres rarísimas de las cuales yo nunca había oído hablar. Está la famosa Aspasia, en la antigüedad ateniense que le hacía los discursos a Pericles, no lo sabremos nunca pero el hecho que aparezca en los diálogos platónicos es un indicio. Después está la famosa Hipatia, secretaria de Alejandría. En el mundo cristiano, Hildegarda de Bingen.
Pero acá también hay que acordarse del texto de Virgina Woolf, Un cuarto propio. Las mujeres, hasta que no se liberaron de su condición de esposas y madres, sin un lugarcito donde poder sentarse a pensar, no podían ni escribir ni pensar. Sino, tenía que ser monja, Sor Juana, Santa Teresa. Pero también en el Renacimiento hay mujeres muy interesantes, mujeres pintoras, grandes mecenas mujeres de las cuales hoy no se sabe mucho. Lucrecia Borgia pasó a la historia como la mala de la película, pero ella era una mujer cultísima, conocedora del arte, de la literatura y de la filosofía de su época y tenía en Ferrara una pequeña corte renacentista que parece ser que era una maravilla.
En el campo de la Filosofía, el pensamiento de Hannah Arendt por ejemplo es ineludible. Y en la literatura para mí, si me dicen: “¿vos qué querés ser cuando seas grande?” Yo cuando sea grande quiero ser Marguerite Yourcenar. Es mi diosa literaria. Me parece fantástica y no solo como escritora de novela, como pensadora. Las Memorias de Adriano es un tratado de filosofía al mismo tiempo que una narración extraordinaria. Yo creo que en literatura y algunas ramas de la filosofía el pensamiento de la mujer es ineludible. No creo que sea distinta que la del hombre, creo que la mirada sobre el mundo es básicamente una: humana. Yo en eso no haría distinción. No hay literatura femenina, hay buena y mala literatura y punto. Y hay un montón de obras que si ustedes les tapan el autor no sabes si la escribe un hombre o la escribe una mujer.
En el campo de la ciencia creo que las mujeres tienen problemas difíciles, hay muchos idiotas que dicen que no servimos para el ajedrez o para las matemáticas, lo cual por supuesto esta desmentido en la práctica. Pero indudablemente para que una mujer pueda consagrarse a la investigación científica en las ciencias duras en las que tenés que estar en el laboratorio horas y horas se hace muy difícil ¿Cómo lo compatibilizás con los hijos, con el hogar? Yo creo que a las mujeres nos cuesta, nos cuesta más. Las mujeres por ahí nos apartamos de la vida académica, de la vida científica para criar hijos y eso después dificulta el volver ¿Cómo te reinsertas? Pero bueno, se puede. Es más difícil pero se puede.