Por Christian Zonzini //
«El capital emergió sobre la faz de la tierra chorreando sangre y mugre de los pies a la cabeza»
Karl Marx (1867)
En este artículo se intentará abordar una problemática que en principio resultó privativa de los países en vías de desarrollo, pero que actualmente se despliega a lo largo del planeta: la marginalidad. Fenómeno tempranamente conceptualizado por los investigadores e intelectuales de nuestra región, resulta totalmente novedoso y de difícil aprehensión para los pensadores de raíz europea o norteamericana.
Con el auge de la globalización mercantil iniciada en los años ’70, la persistente desigualdad estructural característica de los países del denominado Tercer Mundo comenzó a instalarse en los países desarrollados. En este brevísimo ensayo se intentará sugerir algunos de los posibles aportes que la tradición intelectual latinoamericana está en condiciones de prestar a la comunidad académica internacional, dado que posee una larga trayectoria en el desarrollo de las herramientas conceptuales necesarias para comprender estos sucesos en toda su magnitud.
Nacimiento de las modernas ciudades europeas
Según la tesis desarrollada por Charles Tilly (1992: 41-44), la característica constitutiva de la ciudad moderna es su relación con el proceso de acumulación y concentración de capital. Los capitalistas de un territorio determinado serán los encargados de capturar los excedentes producidos en el mismo mediante relaciones de producción e intercambio desiguales,las cuales les permitirán a los miembros de esta clase enajenar una gran porción de la riqueza generada por los trabajadores. Como plantea el autor, debido a que la supervivencia de las unidades familiares está estrechamente relacionada con la presencia del capital (a través del empleo, la inversión, la redistribución, etc.), cuando éste se acumula y concentra en pocas manos dentro de un territorio tiende a darse un aumento proporcional en la densidad de la población en ese espacio (el proceso es recíproco, dado que su vez el capital suele dirigirse a zonas densamente pobladas donde existe una gran oferta de mano de obra, lo cual produce que los costos de la misma sean más bajos). Sin embargo, como consecuencia de la más alta tasa de mortalidad históricamente existente en las ciudades con respecto a sus territorios aledaños, éstas sólo lograron crecer exponencialmente cuando la agricultura y el transporte aumentaron su eficacia o cuando fuertes presiones de carácter político y/o socioeconómico impulsaron a los campesinos a abandonar la tierra.
Es importante destacar que, mientras que a comienzos del primer milenio las incipientes ciudades europeas se fueron consolidando gracias a las altas tributaciones recaudadas con fines bélicos, las presiones fiscales en América Latina fueron comparativamente mucho más débiles. Esto se debió a que una vez finalizadas las guerras de independencia dejó de ser legítima la existencia de altas tributaciones (anteriormente destinadas a mantener en funcionamiento a los incipientes ejércitos revolucionarios). Todo esto trajo aparejado, entre otras consecuencias, una menor capacidad de los gobiernos para influir positivamente en la distribución del ingreso (Mann, 2004: 183).
Ciudades latinoamericanas
Origen de la desigualdad estructural
André Frank (1978) rechaza la noción de ventajas comparativas propia del pensamiento liberal. Según este autor, son las metrópolis las que fuerzan el surgimiento de una división internacional del trabajo (adecuando la misma a sus intereses de acumulación). Siguiendo los análisis de Frank citados por Martín Carnoy (1993: 230-233), podemos afirmar que el origen de la desigualdad estructural característica de muchas de las ciudades latinoamericanas más pujantes debe desentrañarse en relación con las riquezas existentes en el lugar en cuestión al momento de la llegada de los europeos. En las zonas donde existían las riquezas suficientes como para atraer la atención de la metrópoli, llegó a imponerse lo que Frank denomina la superestructura colonial híper desarrollada (es decir, un Estado brutalmente represivo y totalmente desfasado en nivel de complejidad con respecto a las sociedades americanas que habitaban en las regiones codiciadas):
Algunas regiones, como Perú y México, tenían el oro y la plata y la fuerza laboral socialmente organizada y el conocimiento tecnológico que ofrecía el potencial para ciertos tipos de explotación del trabajo y acumulación de capitales (en la metrópoli), que condujeron al extremo subdesarrollo de esas regiones. Otras regiones, como Nueva Inglaterra, no tenían las riquezas necesarias para atraer ese tipo de atención (Carnoy, 1993: 231).
Consecuentemente, en las regiones más afectadas por la invasión europea se consolidaron relaciones de producción basadas en la fuerte monopolización y extracción de plusvalía desde las áreas periféricas hacia la metrópoli, sostenidas mediante bajos salarios e intercambios desiguales. Esto habría estimulado el despliegue de un modo de organizar la sociedad y la economía que derivó en el subdesarrollo estructural de las ciudades coloniales más relevantes entre el siglo XVI y el siglo XVIII.
Consolidación de las relaciones centro-periferia
Las ciudades latinoamericanas, una vez independizadas tras las guerras revolucionarias de principios del siglo XIX, destinaron sus relativamente escasos recursos excedentes (obtenidos principalmente mediante préstamos, gravámenes al comercio exterior o mera emisión monetaria) a la infraestructura productiva “hacia afuera”. Como consecuencia de esto, más que la integración regional, se buscó conectar los territorios nacionales más productivos con los países centrales, fortaleciendo el mecanismo de transferencia de excedentes desde la periferia hacia el centro; y por ende, profundizando el modelo de dominación impuesto durante el período de la colonia (Mann, 2004: 183).
Industrialización y distribución del ingreso
La exitosa primera industrialización experimentada en las ciudades latinoamericanas más vigorosas (particularmente las ubicadas en Argentina, Brasil, México y Chile) entre finales del siglo XIX y principios del siglo XX dejó al descubierto la existencia de una relación positiva entre industrialización y distribución equitativa del ingreso. Además, en estas áreas urbanas, el conflicto de clase y su institucionalización comenzó a asemejarse a lo existente en las ciudades desarrolladas noroccidentales. Al no haberse podido sostener esta tendencia durante la segunda mitad del siglo XX (muchas veces debido a su reversión deliberada), se involucionó hacia una nueva profundización de la desigualdad estructural (Mann, 2004: 183).
Neoliberalismo y globalización de la desigualdad estructural
Tras la crisis mundial desencadenada en la década de 1970 las formas de pobreza y exclusión tan características de nuestro continente van a comenzar a manifestarse en las ciudades de los países desarrollados. Esto es lo que intenta demostrar Carlos Mattos (2002) al citar a Saskia Sassen:
Esta discusión ha sido estimulada por las conclusiones de varios estudios especializados que sostuvieron que los mercados de trabajo estarían evolucionando hacia una mayor segmentación y dualización, como resultado de la imposición de una organización económica caracterizada por una creciente demanda de personal altamente calificado con elevadas remuneraciones, que permiten sofisticados niveles y pautas de consumo, como consecuencia de la expansión de nuevas actividades líderes, en coexistencia con un conjunto de servicios con bajas remuneraciones y empleo a menudo precario
Partiendo de estas premisas considero que los pensadores latinoamericanos se encuentran en una posición de privilegio dado que pueden aportar sus conocimientos y saberes acumulados acerca de un problema que ha sido inherente a nuestras sociedades desde los tiempos de la colonia. Cuervo recupera una pregunta esencial realizada por Ciccolella (1999: 17), la cual puede ayudarnos a comprender mejor el dilema constitutivo de las ciudades latinoamericanas:
¿La dualización de las ciudades, es decir la coexistencia creciente entre riqueza y pobreza, atraso y modernidad, constituye una contradicción o una característica esencial del nuevo espacio metropolitano postfordista-postmoderno y postindustrial tanto de las ciudades globales de Sassen como de las megaciudades periféricas? (Cuervo, 2010: 19).
Aporte del pensamiento latinoamericano para los desafíos del siglo XXI
Tensiones entre lo particular y lo universal
Pese a poner el acento en los rasgos distintivos de las diversas ciudades (criticando la tendencia existente entre los estudiosos noroccidentales a imponer sus modelos como universales), Cuervo (2010: 7) afirma que no debemos dejar de tener en cuenta el carácter universalizante de los imaginarios compartidos. Éstos, en última instancia, habrán de subyacer a las transformaciones existentes en una determinada región del globo:
El historiador de la ciudad latinoamericana José Luis Romero (1999) propone una sugestiva clave, que intentaremos seguir, para resolver el dilema planteado. La semejanza de las ciudades latinoamericanas en los diferentes momentos de su historia, deriva de la persecución de modelos urbanos comunes y sus diferencias, de la manera particular en que ellos toman arraigo en cada caso concreto… (Cuervo, 2010: 7).
Profundizando en el análisis, se puede entrever en el concepto moderno de ciudadanía (entendido como el conjunto de hombres libres que realizan intercambios en igualdad de condiciones) el imaginario compartido que subyace a la conformación y consolidación de las ciudades occidentales en general, más allá de sus diferencias nacionales y regionales:
Ese complejo mundo mental que orienta, coordina, da duración y legitimidad a comportamientos urbanos convergentes, que es fuente de uniformidad y homogeneidad, se entrecruza a cada instante con las realidades más básicas de la ciudad como su tamaño, su forma, su dinámica de crecimiento, su sentido de lo social, de lo político y de lo cultural, para producir mil y un resultados urbanos, tan diferentes unos de otros que parecieran provenir de planetas distintos, tan semejantes unos de otros que serían meros reflejos de una misma y única fuente de luz, la globalización… (Cuervo, 2010: 10).
Concepto de marginalidad
Quizás el muchas veces bien intencionado concepto de marginación (en referencia a actores sociales contingentemente excluidos a los que hay que integrar al sistema socioeconómico dominante) intente ocultar este proceso de polarización estructural inherente al desarrollo urbano contemporáneo:
De la idea de marginalidad, entendida como un fenómeno atípico y temporal de desigualdad, se pasó a la de exclusión, comprendida como resultado propio y funcional a la estructura, no como patología o error involuntario de la misma. Con Milton Santos (1975) se llegó al más avanzado grado de conceptualización de estos fenómenos, entendidos por él como parte de la articulación compleja de circuitos económicos urbanos heterogéneos y dispares, pero complementarios y con procesos de retroalimentación permanente… (Cuervo, 2010: 19).
Reflexión final
Sólo los habitantes de las metrópolis centrales (y ya ni siquiera la totalidad de los mismos, dadas las nuevas tendencias hacia la desigualdad estructural surgidas en el interior de Europa y de EE.UU. a partir de los años 70) parecen estar en condiciones de alcanzar los requisitos necesarios para adquirir la condición de ciudadanos según la definición aristotélica explicitada en el Capítulo VIII de su Política: “La ciudad no es más que una asociación de seres iguales, que aspiran en común a conseguir una existencia dichosa y fácil.”
Sin embargo, al igual que la polis griega se mantenía estable gracias al trabajo de quienes no tenían derecho a la ciudadanía (esclavos y mujeres), estas regiones desarrolladas requieren, para la reproducción de su situación de privilegio, de los excedentes que aportan los “ciudadanos de segunda categoría” que habitan en la periferia. De esto podemos deducir que, tras la imagen idealizada de una ciudad de hombres libres e iguales a la que la modernidad nos ha llevado a aspirar, habría de existir inevitablemente un trasfondo de profunda desigualdad estructural; el mismo haría las veces de condición necesaria para que este grupo de acaparadores de excedente (muchas veces autoproclamado defensor y representante de los intereses de la humanidad en su conjunto) pudiese continuar viviendo en plenitud.
*Christian Zonzini (ch.zonzini90@gmail.com) es estudiante de la Licenciatura en Ciencia Política en la Universidad Nacional de San Martín (UNSAM).
Bibliografía
- Carnoy, M. (1993). El Estado y la teoría política. Alianza Editorial.
- Cuervo, L. (2010). América Latina: metrópolis en mutación. ILPES, CEPAL, Naciones Unidas.
- Mann, M. (2004). La crisis del Estado-Nación en América Latina. Desarrollo Económico, Vol. 44, N° 174.
- Mattos, C. (2002). “Transformación de las ciudades latinoamericanas: ¿Impactos de la globalización?”. EURE (Santiago) v.28 n.85.
- Tilly, C. (1992). Coerción, capital y los Estados europeos, 990-1990. Alianza Editorial.