¡Vivan los partidos! O no.

¡Vivan los partidos! O no.

Por Guido Tamer //

En los primeros años de nuestra vida escolar, apre(he)ndemos un axioma que constituye el aspecto básico y más general de las ciencias naturales: los seres vivos nacen, crecen, se reproducen y mueren. Este concepto es particularmente útil para introducirlo al análisis de los partidos políticos. De la misma manera que Hobbes pensaba al Estado como a un Leviatán, propongo que pensemos a los partidos políticos como seres vivos que realizan estas cuatro actividades, aunque no de manera autónoma.

En el caso de la Argentina, debido al bajo grado de institucionalización partidaria, sabemos que el nacimiento, crecimiento, reproducción y muerte de un partido político pueden producirse de manera vertiginosa en un lapso de tiempo muy limitado.

A su vez, a las cuatro actividades del axioma mencionado, propongo sumarle una quinta que, aunque no sería posible en el caso de los seres humanos (con excepción de Jesucristo Superstar), sí aplica a nuestro objeto de análisis: los partidos políticos también resucitan. La UCR es ejemplo de esto, que pasó a formar parte de un gobierno tras 15 años de bastante intrascendencia luego de lo que pareció su deceso definitivo post-2001.

Ahora bien, para comprender la actualidad partidaria, distingamos coalición de partido.

Combinando la clásica definición de partido de Sartori, con una propuesta por el politólogo estadounidense Elmer Eric Schattschneider, un partido es un “intento organizado por alcanzar el poder (Schattschneider, 1941) mediante elecciones libres (Sartori, 1980)” . Por su parte, una coalición sería una alianza entre partidos, cuyo objetivo podría darse en función de ganar una elección (coalición electoral) o luego de que un/a candidato/a electo/a decida gobernar mediante consensos con las demás fuerzas políticas (coalición de gobierno).

¿Qué ocurre, entonces, en Argentina? ¿Es correcto hablar de Cambiemos como de una coalición?

Cambiemos nace con vistas en las elecciones presidenciales de 2015 y con la proyección de gobernar en términos tripartitos, a partir de un pretendido equilibrio decisional entre los tres partidos fundantes: el PRO, la UCR y la CC-ARI. Ya en el gobierno, la práctica viene demostrando que la correlación de fuerzas al interior es bastante dispar: el PRO predomina en la toma de decisiones y en la producción de potenciales candidatos presidenciales; la UCR parece tener cierta relevancia sólo a nivel parlamentario con la figura de Mario Negri como jefe del interbloque Cambiemos; y Carrió levita sobre la organización como una constante amenaza interna.

Dicho esto, no sería cómodo asignarle ni la etiqueta de coalición ni la etiqueta de partido, por lo que considero otro término, propuesto por el politólogo uruguayo Jorge Lanzaro en relación al Frente Amplio de su país: el “partido de coalición”, término que define a aquella organización que, a pesar de haber nacido como una coalición de partidos, “se vuelve un partido de coalición, unificado, en el que el conjunto pesa más que las partes, aunque ciertos elementos de estructura y de operación política reproduzcan las marcas de origen” (Lanzaro, 2000, p. 45)

La situación de Unidad Ciudadana es mucho más simple. Si bien se compone por cinco partidos políticos (Nuevo Encuentro, Kolina, Frente Grande, Partido de la Victoria, Peronismo Federal), esto respondió únicamente a la necesidad de conseguir la personería jurídica para presentarse a las elecciones de 2017. Ideológicamente, se encontraban juntos hacía rato: cuatro de ellos (con excepción del Peronismo Federal) formaban parte del Frente para la Victoria e incluso muchos de sus referentes habían ocupado cargos en el período 2003-2015.

Su funcionamiento es claramente el de un partido político, no el de una coalición, con un liderazgo fuerte de Cristina Fernández de Kirchner y un accionar profundamente orgánico .

¿Qué viene ocurriendo?

Retomando las cuatro etapas del axioma mencionado al comienzo, es notable el crecimiento tanto de Cambiemos, que alcanzó su punto máximo en las elecciones de 2017 con una formidable performance electoral; como de Unidad Ciudadana, que nació en junio, ganó las primarias de agosto y se consolidó como la primera fuerza opositora en octubre.

Respecto de la reproducción, Cambiemos se valió de dos aspectos fundamentales para que prosperara: un intento fundante del PRO en 2011 por salir de la Ciudad de Buenos Aires e instalarse en otros distritos, como fue la candidatura de Miguel del Sel a gobernador de Santa Fe, y el anclaje territorial histórico que le brindaron los comités radicales. Esta combinación le permitió reproducirse a nivel nacional con gran éxito.

Al respecto, Unidad Ciudadana hizo lo propio. Comenzó el 2018 con una acelerada construcción a nivel nacional, cuestión descuidada en 2017 por el urgente interés de ganar en la provincia de Buenos Aires. En los últimos meses se lanzó en Salta, Corrientes y Río Negro, y seguirá expandiéndose hacia Córdoba, Misiones, Entre Ríos, Jujuy y La Rioja próximamente.

Pero como todo ciclo vital, en algún momento termina; la muerte siempre acecha, y de esto no escapan los partidos políticos.

El partido de coalición gobernante se encuentra en una situación particular y bastante peligrosa para su continuidad: su construcción partidaria se ve amenazada más por sus propios componentes que por las fuerzas de la oposición. Incluso podríamos decir que el interés de la oposición ni siquiera contempla un ataque a la construcción organizativa de Cambiemos, sino más bien a desplazarlos del poder en 2019, independientemente de quienes estén o no dentro de la alianza.

Desde el principio que la UCR viene reclamando mayor poder de decisión, al mismo tiempo que Carrió se queda con parte del protagonismo a tal punto de amenazar en plena sesión parlamentaria con “romper” la alianza si no se satisfacen sus deseos, o de asegurar que es ella quien “maneja” a la UCR “desde afuera”.

Al mismo tiempo, existen otros problemas que son ya de carácter identitario. El PRO no puede desprenderse de sus orígenes de partido vecinal, lo cual explica, en parte, por qué el Presidente decide inaugurar personalmente obras públicas que, por su escasa magnitud, deberían ser capitalizadas por los intendentes municipales más que por el Presidente de la Nación. Hablo, por ejemplo, de una estación de subte en la Ciudad de Buenos Aires, de un comedor comunitario en Santiago del Estero o de un tramo de Metrobus en La Matanza.

Esta identidad “vecinal” del PRO confronta con el espíritu de la UCR, partido centenario que llegó a la presidencia más veces que cualquier otro y que se constituyó a sí mismo como una organización con objetivos federales de mayor alcance.

Por lo tanto, desde este humilde espacio acordamos absolutamente con Maurice Duverger, quien fuera el primero en afirmar que la manera en que surgen los partidos políticos determina sus posteriores cursos de acción (Duverger, 1951).

De Unidad Ciudadana se puede pensar en otra dirección. Nació de manera abrupta mediante una construcción política de pocos meses y se viene reproduciendo activamente a nivel federal, con una participación bimodal de la ex-presidenta: de lleno en el armado de la “política invisible”, -entendiendo este concepto como las negociaciones entre bambalinas- (Sartori, 1992: 196), pero ausentándose de los medios de comunicación. Esta estrategia le ha permitido posicionarse mejor en las encuestas y, en simultáneo, convertir en presidenciables a dirigentes que hasta hace pocos años eran modestos. Tal es el caso de Agustín Rossi o incluso de Felipe Solá que, aunque no forma parte de su espacio, se muestra más cercano.

Claramente, la irrupción de ambos espacios logró reconfigurar el sistema de partidos argentino en al menos dos aspectos: por un lado, Cambiemos se convierte en el primer espacio capaz de representar en la arena democrática a quienes se ubican a la derecha del espectro político. Por otro lado, Unidad Ciudadana logró que el PJ deje de ser imprescindible para que el peronismo realice una buena performance electoral; se deshizo de su aparato partidario, y lo relegó al último lugar en las elecciones de 2017, la peor de su historia.

Que empiecen las apuestas

Como ya dijimos, la muerte acecha, pero pareciera estar hoy más interesada en llevarse al partido de coalición gobernante que al de Cristina Fernández de Kirchner.

Cambiemos corre con una desventaja nuclear: gobierna, y la sociedad siempre castiga con mayor severidad por sus errores a quienes ocupan el poder que a la oposición. Por supuesto, el castigo máximo implica retirarles el voto, insumo principal para la permanencia de una alianza puramente pragmática como es Cambiemos. Sin votos, ¿tendría sentido seguir juntos?

Al mismo tiempo, existe otra fuente de incertidumbre (ya mencionada) que se llama Elisa Carrió. Desde que se fue de la Unión Cívica Radical en 1999, formó parte de -al menos- siete partidos y/o coaliciones distintas, de las que ella misma fue hacedora. De las seis anteriores sólo sobrevive la última mutación de su propio partido, que pasó de ser Argentinos por una República de Iguales al principio; Afirmación para una República Igualitaria después, con nuevos aliados; Acuerdo Cívico y Social como producto de un acercamiento con socialistas y radicales, para finalmente convertirse en la Coalición Cívica de hoy, que formó parte de UNEN en 2013 y ahora de Cambiemos.

Con un pedido de disculpas anticipado a los popperianos, me atrevo a decir que estos casos son más que suficientes para concluir que Carrió tiene una gran capacidad reproductiva en términos partidarios, y que si bien esta dinámica activa de armado y desarmado de alianzas no es nociva per se, no quita que sea peligrosa.

Precisamente por estas dos cuestiones es que la elección presidencial del 2019 será determinante. Si la correlación de fuerzas al interior de la alianza continúa como hoy, con un PRO que ha monopolizado la toma de decisiones, una UCR relegada y una Carrió impredecible, el primer problema comenzaría con la definición de las candidaturas. Lo principal que debe hacer Cambiemos es mantener su carácter de “partido absorbente” del voto anti-kirchnerista, y evaluar la “estrategia de absorción” (O’Donnell, 1972: 194) que le sea más conveniente para cumplir este objetivo, pero que no debilite la relativa estabilidad de la alianza.

La problemática de Cambiemos no se agota en los engranajes electorales. El impacto final será dado por los resultados, que según encuestas, se definirán en un escenario de balotaje, y en el que se comienza a vislumbrar una posible victoria opositora, en virtud de la creciente y sistemática desaprobación de la gestión económica del gobierno.

El 2019 puede funcionar, entonces, como un nuevo impulso para la intensificación de la unidad interna de la partido-coalición gobernante, o como un catalizador que termine con su ciclo vital.

 

*El autor (guidottamer@gmail.com) es estudiante avanzado de la Licenciatura en Ciencia Política de la UBA.


Bibliografía:

  • DUVERGER, Maurice (1951). Los partidos políticos. Fondo de Cultura Económica, México DF (3ª ed., 1965).
  •  LANZARO, Jorge (2000). El Frente Amplio: un partido de coalición, entre la lógica de oposición y la lógica de gobierno. Revista Uruguaya de Ciencia Política.
  • O’DONNELL, Guillermo (1972): “El juego imposible: competición y coaliciones entre partidos políticos de Argentina”, en O’Donnell, Guillermo, Modernización y Autoritarismo, Paidós, Buenos Aires.
  • SARTORI, Giovanni (1992): Partidos y sistemas de partidos. Marco para un análisis. Alianza Universidad, Madrid.
  • SCHTATTSCHNEIDER, Elmer Eric (1941) Régimen de partidos. Editorial Tecnos, Madrid.

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