La comunidad académica organizada. Reflexiones sobre el sujeto político universitario al calor de su despertar

La comunidad académica organizada. Reflexiones sobre el sujeto político universitario al calor de su despertar

Por Nicolás Sejas*////

La Universidad Pública es una comunidad organizada que acentúa o contribuye a intensificar procesos de individualización en curso. Por un lado, en tanto organización, la institución reproduce de manera sistémica patrones de comportamientos muy regulares a lo largo del tiempo. 

Por ejemplo, tiene un calendario académico que permite sincronizar las agendas individuales en torno a eventos comunes (las fechas de exámenes). Las situaciones de aprendizaje en el aula activan un guión en el cual los actores que no respetan su papel son sancionados moralmente (se percibe la molestia cuando ciertos estudiantes monopolizan la palabra; se habla mal del docente que no se toma en serio el arte de enseñar). Cualquier persona que haya atravesado un proceso de socialización universitaria sabe más o menos cómo funcionan esas reglas académicas formales e informales. 

Así, al reproducir sistémicamente patrones de comportamiento, la Universidad permite la coordinación de expectativas entre actores diversos. Y por eso, en tanto comunidad organizada, tiende a generar -hasta cierto punto- un determinado tipo de certezas, un grado relativo de “seguridad ontológica”, sobre el rumbo biográfico individual. Es decir, aún con muchas falencias institucionales, el sistema universitario es bastante estable. Después de un tiempo, si se cumple con las reglas, una persona experimenta una transformación. Incorpora una disciplina, adquiere una profesión y se relaciona con el resto de las personas a partir de un ethos particular. Es nuestra segunda identidad: la promesa de la institución que se objetiva con el título.

En este sentido, como sistema que reproduce procesos de individualización, la Universidad Pública -sostenida con impuestos que no todos pagan y para los cuales no hay ninguna auditoría- es el reino de las posibilidades, el castillo de la potencia. Quienes estudiamos en ella descubrimos que podemos ser y hacer de todo. Sin embargo, aunque solemos acumular distintas experiencias en el CV académico, para terminar la carrera solo podemos elegir un camino. Muchas veces sufrimos o procrastinamos esa decisión. Pero lo que importa en este argumento es que el espacio universitario multiplica y obliga a convivir muchas opciones y estilos de vida. 

La Universidad Pública puede ser una estancia efímera, o un puesto prestigioso de trabajo; un lugar para ser mejor persona, o desde el cual cambiar el mundo; una pérdida de tiempo, o una ortopedia que tortura; un sentirse entre iguales, o un estar entre diferentes; la oportunidad para salir del closet, o comer más barato; la chance para irse de la casa de los padres, vivir en la gran ciudad y conocer otra parte del mundo; la incubación de un emprendimiento, el inicio de una carrera política. O sencillamente, una experiencia que es vivida con orgullo por toda la familia. Fabuloso Jardín de senderos que se bifurcan, ¿cuántas instituciones existen en las sociedades occidentales, capitalistas y democráticas contemporáneas que tengan el poder de abrirse a tantos significados tan disímiles entre sí?

Cada posibilidad que se habilita en la Universidad Pública constituye un “circuito” diferente. Ese circuito es una secuencia de eventos pasibles de ser registrados y descritos. Como en el cuento de Borges, el conjunto de circuitos universitarios construye algo que se parece mucho a un laberinto. Estadísticamente -al menos hasta el año que empezó la pandemia- 7 de cada 10 personas tendían a experimentar la Universidad Pública de una forma diferente a las restantes 3 que seguían caminos normativos y lineales (inscribirse, cursar, rendir). Big data de diversidad biográfica, esa inmensa mayoría son las distintas trayectorias estudiantiles que habitan la institución.

Sin embargo, aunque los hitos políticos que tiene a la Universidad Pública como protagonista son innumerables, del mismo modo que la cantidad de luchas y gestas que involucran a sus estudiantes, lo cierto es que se pueden contabilizar con los dedos de la mano las veces a lo largo de la historia en que todos esos recorridos, en que todos esos futuros posibles, confluyeron masivamente en un solo lugar, al mismo tiempo, para defender la casa de estudios compartida. Sucedió en 1918 con la Reforma, en 1968 durante el Mayo Francés, en 2011 en Chile. Y quizás el martes 23 de abril de 2024 en Argentina. Los libros dirán si entramos o no por segunda vez en la Historia grande de esta clase de movilizaciones. En aras de la objetividad, cabría analizar el rol del Movimiento Estudiantil ciudad por ciudad para no exagerar demasiado su desempeño. No obstante, lo que resulta inobjetable son las características sociodemográficas, y particularmente el rango de edad, de nuestro sujeto político. 

Porque esa comunidad organizada que llamamos Universidad Pública, que acentúa o intensifica procesos de individualización, es ahora un sujeto político. La relojería de esa institución parecería haber marcado nuevamente su “Hora Americana”. Esa República de Estudiantes idealizada por la tradición reformista se manifestó. Y la ciudadanía universitaria, la relación de derecho que mantenemos con esa institución profundamente liberal, dijo: este reloj no se toca. El calendario académico continúa. El movimiento de nuestra trayectoria -aún con su fragilidad, por más ralentizada o intermitente que sea- no se frena. El contenido de este tiempo biográfico importa. Transición infinita, este periodo de vida no se ajusta: se expande. Y al fin, los senderos bifurcados que somos, los caminos desiguales que hemos seguido, nos volvimos a encontrar en la calle. 

Es la estructura política de la Universidad Pública lo que permite explicar el modo en que se la habita, el sentimiento común que genera y la manera -pacífica- en que se la defiende. Son la autonomía y el cogobierno, es la historia del proceso de democratización de la institución y las prácticas militantes microfísicas, lo que ayudan a comprender la potencia que tiene esa marea humana de la cual somos parte. En medio de una distopía, dimos con una usina de esperanza y descubrimos lo que somos capaces de aunar. Resulta evidente entonces a quiénes hay que convocar para construir una alternativa política.

Sin embargo, a diferencia de otras coyunturas, es muy probable que esta nueva marea universitaria no pueda ser cooptada. Los y las universitarias del siglo XXI valoramos mucho nuestra autonomía de pensamiento. La Educación Pública de calidad que recibimos nos ha hecho creer y sentir que somos libres. Y a partir de esa creencia y ese sentimiento es posible entender porque a cierta pequeña burguesía ilustrada, en buen número aspirantes a intelectuales, con cierta predisposición al goce clasista de autopercibirse cualitativamente diferentes al resto, no le gusta que la conduzcan.

Por eso, en este contexto dramático, sería un error de estrategia “partidizar” semejante efervescencia colectiva. Tenemos la obligación ciudadana de preservar el “consenso normativo” en torno a la Universidad Pública como símbolo. Porque ese símbolo, a 40 años de su retorno y con el sistema supuestamente en crisis, ha resultado ser una reserva moral de democracia sustantiva. No hay que apropiárselo, debemos compartirlo.

De allí, que para mantener conmovido a este sujeto político sea necesario apelar menos a una argumentación electoralista y más a su memoria y sensibilidad. Para que permanezca políticamente activo en el plano de la acción, es menester tocar sutilmente con la yema de los dedos el recuerdo de lo que se siente al habitar un espacio común.  

Somos iguales. Alguna vez nos reunimos. Algo hicimos para encontrarnos. Y ese evento mínimo de sociabilidad fue la condición para que podamos mirarnos y reconocernos como parte de la misma institución, germinando así la identificación. Quizás, en el brillo de los ojos de estudiantes al empezar su carrera, está la ilusión que necesitamos para reinventar la utopía. La misma promesa, cambiando una palabra. Con la Universidad se come, con la Universidad se educa, con la Universidad se cura.

 

*  El autor (nicosejas1@gmail.com) es Licenciado en Sociología (UNL). Doctorando en Ciencia Política (UNSAM). Becario de la Agencia Nacional de Promoción de la Investigación, el Desarrollo Tecnológico y la Innovación. En la última década se desempeñó como analista de datos en diferentes grupos de investigación sobre trayectorias estudiantiles en la Universidad Nacional del Litoral y en la Universidad de Concepción del Uruguay. Actualmente, trabaja con temas vinculados a la organización partidaria y el desempeño democrático.

 

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